IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Mc 1,21-28: Este enseñar con autoridad es nuevo. Una doctrina nueva, expuesta con autoridad

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

(Deut 18,15-20) Suscitaré un profeta de entre tus hermanos
Sal 94, 1-2,6-7.8-9 No endurezcáis vuestros corazones
(1 Cor 7,32-35) Os digo todo esto para vuestro bien
(Mc 1,21-28) Este enseñar con autoridad es nuevo

Una doctrina nueva, expuesta con autoridad

El Evangelio de Marcos nos dice que Jesús enseñaba con autoridad, pero no explica por qué asombraba tanto a su audiencia. Ahora bien, indirectamente señala que su enseñanza “no era la como la de los letrados”. ¡Qué curioso! ¿No nos estará diciendo que no hace falta tener muchas letras para tener sabiduría? Además de tener sentido común, Jesús tenía el sentido de Dios, el sentido del amor y del servicio. Por eso “tenía autoridad”.

Estaba en la sinagoga, donde se leen y explican las Escrituras y se hace presente un espíritu inmundo que pretende hacerse portavoz de todos los presentes: “¿qué tienes que ver con nosotros...?” Y al llamarlo “el Santo de Dios”, está asumiendo a Jesús como el restaurador de la monarquía davídica que ha de subyugar a los demás pueblos. Pero Jesús libera al hombre “expulsando a su demonio”: de esa mentalidad alienadora y satánica de los sabios de este mundo, que dividen a los hombres en buenos y malos, dominadores y dominados...

La autoridad no le viene a Jesús sólo de las palabras, o de la doctrina. Si la doctrina fuera expuesta sólo con palabras no pasaría de ser una teoría más. El asombro de los presentes ante esa doctrina tampoco proviene de un razonamiento novedoso, sino de su acción, de una acción que confirma con hechos lo anunciado. Cómo desterrar el mal de nuestro mundo está escrito en los libros, en muchos libros, demasiados y para todos los gustos. Pero como dice el sentido común, la mejor descripción del vino no emborracha a nadie. Lo que emborracha es el vino. La curación de un endemoniado por Jesús es una palabra sobre el mal, palabra cuya fuerza está en la misma curación. Y cuyo significado manifiesta la llegada del reino de Dios.

En presencia de Jesús no cabe el demonio. Su persona es la expulsión del diablo fuera de los dominios del reino: “Ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera” (Jn 12,31). Esta curación es una señal más de la llegada del Mesías, que viene a liberar a los hombres de la esclavitud del mal.

“Toda vida humana, individual o colectiva, se presenta como lucha -lucha dramática- entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, -dice el Concilio Vaticano II, en la Constitución Gaudium et Spes. Es más, -sigue diciendo- el hombre se siente incapaz de someter con eficacia por sí solo los ataques del mal, hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas”.

La primera de lectura de este cuarto domingo del tiempo ordinario, del libro del Deuteronomio da inicio a una tendencia que Jesús llevará a la perfección. Para Jesús, y en general para todos los profetas, lo fundamental de la ley es preservar la dignidad de cada ser humano, el derecho a vivir en una comunidad donde sea valorado por lo que es y no por lo que tiene. De este modo, la legislación deja de ser un precepto que rige alguna cosa en particular, y se convierte en expresión de las necesidades vitales del ser humano. A esto llama la Biblia “llevar la ley en el corazón”. Esta nueva manera de ver la ley es la que aplica Pablo en la carta a los corintios. La comunidad, preocupada por opiniones adversas al matrimonio, le pregunta al apóstol Pablo: ¿Sería preferible no casarse? Para Pablo lo importante es que cada persona de la comunidad cristiana viva la libertad que nos dejó Cristo y, siendo libres, preparar la llegada del Reino.

Autoridad y ley son instrumentos que tenemos los humanos para luchar contra el mal, pero son instrumentos insuficientes, porque el mal, dicho así superficialmente, no sería más que esos pequeños desajustes que sufrimos en los avatares de la existencia. El mal del que habla el Evangelio, el mal a los ojos de Dios, es esa fuerza original que nos aleja de Dios y que anula radicalmente al ser humano. Por eso el endemoniado se enfrenta a Jesús: “¿Has venido a acabar con nosotros?”. Y la respuesta de Jesús no apela a la ley, a alguna autoridad establecida, sino a su visión compasiva ante un hombre dominado por el mal. Ese ver con el corazón, que ve en lo profundo, es la forma que tiene Dios de restaurar la dignidad de la persona.

Es la propuesta cristiana, frente las teorías y especulaciones de los especialistas, para combatir el mal: ver con el corazón y actuar desde el amor. Danos tu luz Señor, para conocer donde están “ejes del mal”, y con la autoridad del amor plantarles cara.