III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 2,13-25: Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré. Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Ex 20, 1-17: La ley se dio por medio de Moisés
Sal 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna
1Cor 1,22-25: Predicamos a Cristo crucificado
Jn 2,13-25: Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré

Destruid este templo y en tres días lo reconstruiré

La imagen que se nos queda grabada del Evangelio de este tercer domingo de cuaresma es la de Jesús en el Templo, con un látigo en la mano y volcando las mesas de los vendedores, que habían convertido la casa de Dios en un mercado.

Pero esta imagen, con todo el realismo con que lo describe San Juan, tiene un contenido mayor que el espectáculo contemplado. Es el celo de Jesús por la depravación de la religión. Una religión que proponía el amor de Dios por su pueblo, pero que se ha convertido en un abuso por parte del pueblo del amor de Dios. Los responsables del Templo han pervertido la Alianza, y ha prostituido la herencia religiosa de los padres y los profetas.

El evangelista San Juan, al tiempo que mira hacia el pasado del pueblo de Israel, quiere prevenir a su comunidad, la Iglesia, nacida del costado de Cristo. Así, coloca la escena en vísperas de la Pascua judía, al tiempo que alude al cuerpo sacrificado y resucitado de Jesucristo.

Pascua y Nuevo Templo. La Pascua judía como tradición e identidad de Israel, trae la memoria del éxodo, para ser compartido fraternalmente, como historia de la liberación. Es la noche de la pascua para el nombre de YHWH, noche reservada y fijada para la liberación de todo Israel a lo largo de sus generaciones. Pues bien, en ese contexto de la Pascua, es cuando Jesús dice: “Destruid este templo…”, y dice San Juan, “pero él hablaba del templo de su cuerpo”.

Para Juan es muy importante relacionar a Jesús y su comunidad en el marco de la serie de fiestas judías. Al hacerlo así, deja entrever toda su intención renovadora de la nueva institución eclesial. ¿Y qué repercusiones trae esa renovación?

No propone una reforma del culto, sino la abolición. El templo se ha convertido en una casa del mercado, donde el dios es el dinero. Y Jesús opone esa casa, el Templo, a la casa de mi Padre, cuando les dice: “Destruid este templo…”. Ha roto, ha desmontado, ha desbaratado, no sólo el uso del templo, sino el Templo mismo.

La relación con Dios no ya no es religiosa, sino familiar; la relación con Dios no puede ser ritual, sino personal. La religión se desacraliza y recupera lo originario de la Alianza amorosa de Dios con Israel. Así leemos en la Primera lectura de este domingo: “Yo soy tu Dios…, que te saqué de la esclavitud; soy un Dios celoso: castigo el pecado…, pero actúo con piedad cuando me aman”.

En la casa del Padre ya no puede haber comercio ni explotación; siendo casa de familia acoge a quien necesite amor, y da confianza; la relación con Dios ha vuelto, con Jesús, al corazón, el lugar de la intimidad y del afecto.

Leyendo con cuidado el evangelio vemos que si a los cambistas Jesús les trata con violencia, derribando sus mesas, a los que vendía palomas les trata con más delicadez: “Quitad eso de ahí…”. Las palomas y las ovejas eran símbolo del sacrificio ofrecido a Dios y del pueblo que lo ofrecía. Las ovejas son figura del pueblo, encerrado en el recinto al que quiere liberar. Jesús no se propone reformar aquella institución religiosa, sino rescatar al pueblo de ella, y traerle al culto verdadero, aquel que inició Moisés con la experiencia de liberación.

Jesús no viene a continuar la línea religiosa tradicional. Vino a proponer una humanidad que adore a Dios en el corazón y manifieste esa adoración en el cumplimiento de los mandamientos que le da: honra a tus padres, no adulteres, no codicies y celebra a tu Dios.

Y para evitar el riesgo de los nuevos templos en esta nueva religiosidad, Jesús da un paso más y se propone él mismo como santuario de Dios. El Reino de Dios no se puede apoyar en templos, sino cuerpos vivos que se entregan. Es una doctrina dura, para los que escuchaban a Jesús, pero así y todo muchos creyeron en su nombre. Seguir a Cristo dando la vida, desgastando nuestro cuerpo en servicio a los demás, es doctrina nueva, que el mundo no entiende, pero salva. Por eso anuncia San Pablo en la segunda lectura: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero para los judíos o griegos que creen en Cristo es sabiduría y fuerza”.

Los cristianos, estos son los santuarios de Dios, seres humanos que en su comportamiento cotidiano hacen brillar su presencia, y su amor se vive en cada gesto, en cada encuentro con los demás. Y esta vida se celebra, cómo no, en nuestros encuentros dominicales.

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