II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Marcos 9,2-10: La Transfiguración.Discutían sobre lo que querría decir resucitar de entre los muertos

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Gen 22, 1-2.9-13.15-18: El sacrificio de Abrahán
Sal 115: Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.
Rom 8, 31b-34: Dios no perdonó a su propio Hijo
Mc 9,2-10: La Transfiguración.

Discutían sobre lo que querría decir resucitar de entre los muertos

La transfiguración del Señor, es el relato de una experiencia mística de tres discípulos de Jesús: Pedro, Santiago y Juan. Parece que esta experiencia no la tuvieron los otros discípulos. Y el evangelista San Marcos que lo relata dice al final, como haciendo un subrayado: esto se les quedó grabado, y añade, como queriendo explicar por qué se les quedó grabado: y discutían entre sí que querría decir aquello.

¿Y qué es lo que se les quedó grabado? La aparición espectacular de Jesús junto con Moisés y Elías? ¿Les impactó ese blanco deslumbrante de la presencia del Señor? ¿Lo bien que se estaba en esa situación de experiencia mística? Parece que no, lo que les llama la atención y comienzan a discutir sobre ello es lo de resucitar de entre los muertos.

San Marcos da contexto a esta visión con el anuncio que ha hecho previamente de la Pasión. Después del anuncio dice: “Seis días más tarde” tomó a Pedro, Santiago y Juan. Seis días, los de la Creación, y al séptimo les hace contemplar su gloria. El séptimo día está fuera del tiempo productivo, del tiempo de la siembra, y por tanto la transfiguración pertenece a “otro tiempo”, cuando éste haya acabado.

La presencia deslumbrante de Jesús, Moisés y Elías y el “qué bien se está aquí” de Pedro, anticipan ese tiempo de la resurrección de entre los muertos. La humanidad en camino hacia el encuentro transformador con la divinidad, cuando también ella participe de esos “Vestidos resplandecientes” que ahora contemplan los discípulos.

Pues bien, lo que se les quedó grabado y sobre lo que discutían era sobre lo mismo que también ahora discutimos nosotros. ¿Será verdad esto de la resurrección? ¿Me salvaré? ¿Resucitaré yo?, ¿y cómo? Ciertamente, cuando algo “que ni ojo vio y oído oyó”, que dice San Pablo, queremos entenderlo en seguida surgen las discusiones, y al final nos tenemos que callar, porque esa realidad no cabe en nuestras cabecitas.

No es un tema para la razón, sino una invitación al corazón. Sólo desde el amor, y en el ámbito de la comprensión amorosa, es donde son posibles las experiencias místicas, el éxtasis. Y eso, por muchas palabras que tengamos, no se puede contar. O se experimenta o no se sabe nada. No se puede decir. “Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.

“Subir el monte”, evocando las experiencias de Moisés y Elías “cara-a-cara” con Dios. La “Nube”, siempre relacionada con Dios. Las tres tiendas, simbolismo del éxodo y de la salida de la esclavitud. Los vestidos blancos, símbolo de la nueva vida en las personas. Y las palabras de Dios que salen de la nube: “Este es mi hijo amado, escuchadle”… son otras tantas experiencias por las que ha pasado el pueblo de Dios y que no se pueden decir si antes no las ha interiorizado. Las podemos predicar y escuchar repetidamente, siempre queda en secreto lo que quieren decir. Por eso discutían los tres discípulos y por eso podemos seguir discutiendo nosotros sobre la otra vida.

Falta una cosa para dar el salto y descubrir el secreto: la muerte. De ahí la insistencia de los tres evangelistas que narran la transfiguración, en “No contéis a nadie…”. No lo entenderíamos. Pero no lo entendemos porque no queremos saber nada de la muerte. Cuando Jesús anunció que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho y sufrir la muerte a manos de los sumos sacerdotes y letrados, Pedro se le encaró y obtuvo la respuesta pertinente: “-Retírate, Satanás! Piensas el modo humano, no según Dios.

Una religión quiere controlar la gloria pascual sin asumir la entrega total de la propia vida, aunque esta entrega lleve consigo la cruz, no es buena religión. Sería una religión humana, demasiado humana, pero no realista. Pensar al modo humano puede ser aparente y atractivo, pero no es realista si excluye algo que pertenece a lo humano, como es el esfuerzo que lleva el trabajo, el dolor que conlleva la entrega, el sufrimiento de la propia donación, el desprendimiento que incluye la muerte.

Como esto no lo acepta la razón, por muy verdad que sea, la voz que sale de la nube dice: “Este es mi hijo amado, escuchadle”. Quien ha experimentado a Jesús en su interior estará preparado para entrar en el secreto de su gloria.

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