IV Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 3,14-21: Tanto amó Dios al mundo

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

2Cro 36,14-16.19-23: El Señor movió el espíritu de Ciro
Sal 136: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti.
Ef 2,4-10: Nos ha hecho revivir con Cristo
Jn 3,14-21: Tanto amó Dios al mundo

Tanto amó Dios al mundo

En el evangelio de San Juan de este cuarto domingo de cuaresma leemos: “Tanto amó Dios al mundo que…”. Cada cristiano debería saber acabar la frase, o debería saber la respuesta a cómo es el amor de Dios al mundo.

Benedicto XVI en su encíclica “Dios es amor”, comienza diciendo que el primer problema con que nos encontramos es de lenguaje. “El término amor se ha convertido hoy en una de las palabras más utilizadas y también de las que más se abusa” (n. 2). Esta es la primera dificultad que tenemos para hablar del amor de Dios al mundo, que esa palabra tiene resonancias dispares, cuando no disonantes y envilecedoras.

Y la primera característica del amor de Dios es que es activo, creador y transformador, porque si no se manifiesta, si no se traduce en obras, es un amor dudoso. Puede ser un amor que llamamos platónico, teórico, iluso, ficticio. Las obras son las que garantizan el tipo de amor del que queremos hablar. Pero he aquí que el evangelista, parece que lo sabe, y por eso inmediatamente cierra la frase: “Tanto amó Dios al mundo que entregóa su Hijo único”. El amor de Dios es activo.

El destinatario inmediato de esta frase de San Juan es Nicodemo, un fariseo, autoridad judía, quien de noche, va a entrevistarse con Jesús. Un hombre que busca, aunque sea a escondidas, el secreto de la vida, de la vida feliz. El amor de Dios es que nos da a su Hijo como don, sólo don, ágape, como dice Benedicto XVI. Y el ágape se mide en donación, olvidando merecimientos o deudas que saldar.

Este modo de hablar del amor es propio y exclusivo del Dios creador, que al crear se da a sí mismo en la creación. Y si el hombre ha tergiversado ese plan amoroso de Dios, convirtiéndolo en plan destructivo y de muerte, todavía Dios vuelve a manifestarse en el don de su Hijo, para restablecer de nuevo la creación. Una nueva creación, donde ya no hay duda alguna de la generosidad que es pura gracia. Gracias a ese amor “hemos pasado de la muerte a la vida”, como dice San Juan, esa vida que busca Nicodemo, por pura gracia, porque “a nosotros, estando muertos por el pecado, nos ha hecho vivir con Cristo”, traduce San Pablo en la segunda lectura.

Nicodemo le dice a Jesús en ese capítulo 3º de San Juan: sabemos que vienes de parte de Dios por las obras y los signos que haces. Nicodemo, como buen fariseo, es hombre de la Ley, expresión suprema e indiscutible de la voluntad de Dios para el ser humano, y sin embargo busca a Jesús porque sabe que la Ley es imposible de cumplirla. La Ley sólo sirve para denunciar nuestra debilidad y nuestro pecado, dice San Pablo. Entonces, si la Ley es insuficiente, por nuestra incapacidad para cumplirla, ¿de dónde colgar nuestra existencia pecadora, nuestras esclavitudes, nuestras miserias? De Jesús, del Hijo entregado por el Padre. “Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será condenado”.

En primer lugar, no son nuestras obras, obras de pecado, sino la gracia de un amor que se vacía de sí para que otros, sean judíos o griegos, todos, tengan vida. Y a esta gracia se accede por la fe, por la confianza de sentirnos amados. Santa Teresa lo formulaba con su lenguaje preciso y redondo: “Si no conocemos que recibimos, no despertamos a amar”.

Las buenas obras que nos dan la salvación no son otras que la de nuestra confianza en el amor que Dios nos tiene. La obra de Dios es un Hijo, el don de su Hijo unigénito para salvarnos. Y la obra amorosa del hombre es fiarnos de su don. “El que cree en él no será condenado”. Y ahora viene la pregunta pastoral, ¿y cómo sabremos que esa salvación llega a nosotros? ¿qué tenemos que hacer para saber que ya participamos de esa vida que Dios nos da?Responde el mismo San Juan: “Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos”.

Primero es la fe, el fiarnos del amor de Dios en su Hijo, y segundo es nuestra comprobación de que efectivamente estamos salvados. ¿Cómo comprobamos, cómo sabemos que vivimos en el amor da Dios? Amando a los hermanos. Hemos pasado de la muerte a la vida, es tiempo de la resurrección, es tiempo de la nueva creación en Cristo Jesús. Ahora nos toca a nosotros, los creyentes, manifestar en nuestra vida ese amor operante y salvador de Dios.

He aquí en qué consiste la verdad de que amamos a Dios, en que amamos a los hermanos. Creer y amar ya no son un concepto o una doctrina, sobre los que se puedan discutir, es un acto mediante el cual llega o no llega el Reino de Dios.