II Domingo de Pascua, Ciclo B
Juan 20, 19-31: Paz a vosotros

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Hch 2, 42-47: Vivían unidos y tenían todo en común
1Pe 1, 3-9 Reengendrados a una herencia incorruptible
Jn 20, 19-31: Paz a vosotros

Paz a vosotros

La muerte de Jesús fue un acontecimiento tan estremecedor que llenó de espanto, miedo y estupor a sus amigos íntimos. ¿Cómo es posible que este mundo crucifique y arroje de este mundo, como a un condenado, al que pasaba haciendo el bien? ¿Hay entrañas capaces de soportar esa maldad? El poder del mal había llegado al máximo del horror.

No es extraño que los discípulos huyeran y se dispersaran horrorizados. No es extraño que tuvieran miedo los que habían sido sus fieles seguidores. La comunidad se siente insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía. El fin que tuvo Jesús, en la cruz, podía ser su mismo final. ¿Y quién podría sacarles de esa situación de temor y angustia?

María Magdalena y algunas mujeres habían dicho que estaba vivo, pero era tal la desolación y tristeza que ellos no pudieron pensar sino “cosas de mujeres…”, según cuenta el evangelista Lucas. No bastaba tampoco tener noticia de que el sepulcro estaba vacío. ¿Cómo pudieron salir de esa frustración?

Sólo de una manera, y es la misma que nos quieren transmitir a nosotros los evangelistas: con la presencia del mismo Jesús. Este es el mensaje: sólo Jesús nospuede dar seguridad en medio de un mundo hostil. Desde el momento en que Jesús se hace presente en nuestras vidas, desaparece el miedo. “Estando atrancadas las puertas … llegó Jesús, … y les dijo: -Paz con vosotros. …Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor”.

¿Está Jesús en el centro de nuestra vida y de nuestra comunidad de creyentes, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad? ¿Y qué queremos decir con estas palabras: Jesús, centro de nuestras vidas, la paz con nosotros? A veces las repetimos miméticamente, pero sin identificarnos con ellas, y así es como la resurrección no transforma nuestra vida. ¿Qué tiene que suceder para que la resurrección de Jesús nos afecte hasta tal punto de cambiar nuestra vida? En ese misma frase del evangelio de Juan encontramos la respuesta, que no va a ser nada fácil de asumir. “Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor”.

Las manos y el costado traspasados. Esta es la clave. La muerte está tan pegada a la resurrección, tan unida a ella, que sin muerte no hay resurrección. La alegría que invadió a los discípulos llegó al reconocer, en el resucitado, al crucificado. El miedo a la persecución les obligó a cerrar las puertas; con Jesús en medio recuperaron la paz. No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma, les había dicho antes de la pasión. Y este mismo mensaje les dirige ahora.

Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles los judíos, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica. El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado: vuestra tristeza se convertirá en alegría. Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida

Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, que se resiste a creer, y no le basta con ver a la comunidad transformada por el Espíritu. No estuvo con ellos cuando vino Jesús. Estaba en la actitud testaruda de quien quiere vivir la religión en solitario, no busca a Jesús fuente de vida, sino como reliquia del pasado. Cuando se una al grupo, y desde la comunidad, y en comunidad, busque al Señor, el Señor se le revelará resucitado. Ahora sí podrá decir Tomás esa sublime confesión de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”.

Y con Santo Tomás, el incrédulo, se nos abren también a nosotros las puertas de la luz y de la resurrección: “Dichosos los que sin haber visto han creído”. La fe en la resurrección, decíamos el domingo pasado, requiere tener los ojos abiertos y ver en la vida las llagas de manos y costado. El dolor y el vaciamiento de uno mismo, por los demás, son las pruebas constatables de que la vida nueva que ha llegado a nosotros, y la alegría de la resurrección inundará nuestras vidas.