XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos Mc 4,35-41

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Después de varios domingos de celebraciones centradas en distintos aspectos de nuestro Dios y Señor, retomamos los domingos del tiempo ordinario, el de hoy es el decimosegundo del llamado tiempo ordinario, donde recorremos la vida y obra del Jesús este año del ciclo B siguiendo el evangelio según San Marcos. La característica de este tiempo es que se usa el color verde en los ornamentos litúrgicos, color que nos indica esperanza. Dispongámonos para la reflexión de este domingo decimosegundo del tiempo ordinario.

Las lecturas de hoy son del libro de Job, la primera; la segunda lectura es de la carta de San Pablo a los Corintios, la segunda carta; y el evangelio es del capítulo cuarto de San Mateo, todo complementado con el salmo 106 al que se responde con la antífona den gracias al Señor porque es eterna su misericordia. Y esta respuesta al salmo es bastante acertada para hoy porque si buscamos algún elemento común en las lecturas, sobre todo en la primera lectura y el evangelio, es la tormenta, que no podemos controlar, pero que Dios, con su infinito poder logra domar, y al calmarla hace que el ser humano le agradezca, como dice la última estrofa del salmo, “Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres”. Y la tormenta la vemos, no sólo como el agitarse de un mar o un río abatidos por el viento fuerte; la tormenta es también el agitarse de nuestra vida ante las situaciones contrarias, ante las adversidades, ante las pruebas, que a veces parecen superarnos, y nos hacen gritarle a Dios implorando su misericordia.

El evangelio de hoy es muy significativo. Hagamos una composición de lugar, es decir, imaginémonos la situación que se nos narra en el capítulo 4 de San Marcos. Nos encontramos con los discípulos que van con Jesús en una barca, al atardecer del día, después de la fatiga de la predicación. Jesús se va a la parte trasera, la llamada popa, y se queda dormido. Tranquilamente dormido. De repente se levanta un temporal, un fuerte huracán dice el escrito, y las olas baten contra la barca y el viento la agita violentamente. Los marineros curtidos, los apóstoles pescadores de profesión se asustan, y van donde el Señor, que duerme, y lo despiertan reclamándole porque parece que no le preocupa la suerte de todos, que están que se hunden. Jesús se levanta, increpa al viento y dice al lago: ¡silencio, cállate! y como un milagro, todo vuelve a la calma. Y viene la lección, ¿por qué son tan cobardes? ¿no tienen fe? Imaginemos la cara que habrán puesto los apóstoles, que quedaron espantados, y se decían unos a otros, ¿quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen...!

Este episodio, revela en parte a los apóstoles quién es el Señor, quién es ese que los ha llamado y que ellos han decidido seguir. Es un Dios poderoso, que domina las fuerzas de la naturaleza y que brinda confianza. Hoy te pregunto, ¿cuántas veces has tenido tormentas en tu vida? ¿cuántas veces has sentido que todo se hunde, que todo a tu alrededor te golpea, te desbalancea, te hace caer? Y también te pregunto ¿Cuántas veces has increpado al Señor, le has llamado la atención porque no actúa, porque parece que está tranquilo, durmiendo quién sabe donde, y te deja solo con tus tormentas? Creo que debemos detenernos un poco y analizar esos momentos difíciles que hemos tenido, y nos daremos cuenta que si hemos salido de ellos ha sido porque Jesús nos ha acompañado, y ha calmado las aguas de la intranquilidad y la desesperación de nuestro espíritu. La convicción mayor que como creyentes debemos tener es que nuestro Dios, es un Dios cercano; que no se ha quedado en el cielo, abandonándonos a nuestra suerte, sino que se hizo uno de nosotros para que entendiéramos su amor hacia nosotros, que somos sus hijos. Así que desde hoy, confía más en el Señor, que no te deja solo en las tormentas y adversidades de la vida, sino que siempre te acompaña para alejar de ti y tus seres queridos las insidias del mal.

Cuanto hemos reflexionado hasta aquí tiene una explicación en la segunda lectura de hoy, de Pablo a los Corintios, donde se dice que Cristo murió por nosotros, para que vivamos por él y para él. El vivir con él nos hace creaturas nuevas, que hemos dejado atrás las cosas viejas de la vida, para poseer lo nuevo que él ha traído. Y entre las cosas nuevas que él nos ha dado está la confianza de su compañía y cercanía, la certeza de que no estamos solos, sino que siempre está a nuestro lado con el consuelo de su amor. Esta es la gran noticia que hoy la Iglesia comparte contigo en la liturgia, y pide que la compartas con el mundo que te rodea, que tal vez está en el ojo de un huracán, de que no puede salir porque le falta tu testimonio de creyente y cristiano.