XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

Bienvenidos amigos a nuestra reflexión dominical, estamos en el domingo décimo cuarto del tiempo ordinario en su Ciclo B. La liturgia de la Palabra nos presenta textos del Profeta Ezequiel, de la segunda Carta a los Corintios, y se continúa con la lectura del Evangelio según san Marcos. El Salmo que acompaña las lecturas de hoy es el 122 en donde se pide misericordia al Señor porque estamos cargados de desprecios; nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos. Es una estrofa del salmo bastante fuerte y hasta pudiera darnos la sensación de pesimista, sino fuera por el hecho de la confianza que manifiesta el salmista ante la misericordia de Dios, y ante quien se tienen levantados los ojos para mirarlo y esperar su actuación. Esta idea, que como dijimos nos puede parecer pesimista es la base de las lecturas de hoy que de inmediato comentaremos.

El profeta Ezequiel, en la primera lectura, recibe de Dios un mandato: ve donde los israelitas, un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. Nos damos cuenta que Dios como que llegó al borde ante los errores del pueblo elegido, pareciera cansado de lo testarudos y obstinados que son sus hijos elegidos. Inclusive le dice al profeta que hable en su nombre le hagan o no le hagan caso, y así sabrán que hubo un profeta en medio de ellos. La verdad es que si quitamos el nombre del pueblo israelita y colocamos cualquiera de nuestros pueblos, como que no nos distanciaríamos mucho de esa actitud de vida asumida contraria a los principios de Dios. Como en aquél en tiempo, siempre hay personas fieles a los preceptos y mandatos de Dios, pero pareciera que son más los que no los cumplen. Sino, no viéramos tantos desastres en nuestra realidad. Y como en aquél tiempo, Dios pide a los profetas de hoy, a nosotros los creyentes, que llevemos su palabra, que denunciemos la vida negativa y de pecado que muchos viven y les mostremos el amor y la misericordia de Dios. Nos parecerá que predicamos en el desierto, pero tengamos la seguridad que como en el tiempo del profeta, no seremos denunciados por quedarnos callados y sin hacer nada ante las injusticias y errores de la sociedad actual. Para nosotros, más que el desprecio y el sarcasmo del que habla el salmo de hoy, lo que nos debe preocupar es actuar según los principios de Dios para que no se diga que por negligencia nuestra la sociedad se está perdiendo.

Continuando la reflexión precedente, tal vez la reacción de quienes nos rodean sea la misma que encontramos en el evangelio de hoy: Jesús, enseña en la sinagoga, pero los presentes se preguntan de dónde saca este esa sabiduría y esas cosas que enseña. De dónde vienen esos milagros, y lo que es más molesto desde nuestro punto de vista, se preguntan si no es ese el hijo del carpintero, el humilde… Digo que es molesto porque en muchos estratos de la sociedad las personas son juzgadas por su origen, más que por los valores que pueda tener. Regresando a nuestra reflexión, decía que a nosotros nos puede pasar lo mismo cuando demos testimonio del Señor, porque muchos de los destinatarios podrán cuestionar ese testimonio en base al conocimiento que tengan sobre nosotros. Pero como dijo Jesús, no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Entonces debemos tener conciencia de este riesgo, y confiar en la bondad y misericordia de Dios, que es quien nos envía y nos dará las palabras y las actitudes necesarias para poder dar testimonio creíble de nuestra fe y comunión con Dios nuestro Señor.

San Pablo, en el trozo de su segunda Carta a los Corintios que leemos hoy, nos muestra de una manera muy gráfica lo que significa dar testimonio de Jesús y recibir los desprecios o insultos de la gente. Dice, me han metido una espina en la carne, un emisario de Satanás me apalea, pero lo dice no como crítica o contradicción sino para que no sea soberbio. Esa espina, esos golpes de palo, esas palabras o acciones contrarias de otros, son para que en su evangelización entienda que la eficacia no depende de él, de lo muy bueno que sea o de las virtudes con las que ha sido dotado, sino que hay una gracia detrás de ello, que es la acción del Espíritu sobre el evangelizador. Pues si eso le sucede a san Pablo, el gran apóstol de las gentes, entonces nuestras pretensiones no pueden ser otras que las de seguir sus huellas y asimilar lo mejor posible las cosas que se oponen a nuestro testimonio para que al final resplandezca la luz de Cristo, que vino a traer la salvación a todos.

Hermano, hermana que me escuchas. La Palabra de hoy es un estímulo para que no desfallezcas en tu misión de evangelización. A que sepas que el camino no es fácil, no está libre de pruebas, y tal vez hasta nos traiga inconvenientes con nuestros seres más cercanos. Pero por encima de todo eso está la fuerza de Dios, que como a Ezequiel hoy nos envía a ser sus voceros para que le digamos a la sociedad de hoy que debe volver al camino del Señor, que debe buscar los valores más altos, que debe respetar la vida, para que así obtenga la misericordia de Dios, que tanto nos amó, que dio su vida por nosotros.