XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 41-51

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

 

Amigos de nuevo nos encontramos para reflexionar sobre la liturgia de la Palabra de este décimo noveno domingo del tiempo ordinario en su ciclo B. La propuesta de lecturas es la siguiente: la primera es del primer Libro de los Reyes, el salmo es el 33, la segunda lectura sigue siendo de la Carta de san Pablo a los Efesios, y el Evangelio es la continuación del capítulo sexto de san Juan. También esta semana tenemos como tema central el pan, el alimento, el pan de vida que es Jesús mismo. Dispongámonos para meditar con estas lecturas de hoy.

El centro de la liturgia de la Palabra es sin duda el evangelio, que hoy es continuación del capítulo sexto del san Juan, donde Jesús, después de multiplicar los panes, se encuentra con las personas que fueron a buscarlo al otro lado del lago, personas a las que Jesús les había dicho que lo buscaban porque se habían saciado con el pan multiplicado. El Señor, después de desvelar lo que había en el fondo de sus corazones les dice que él les trae el pan de Dios, y es él mismo bajado del cielo. Esto por supuesto alarma a sus interlocutores, porque están pensando sólo en el pan material, piensan que Jesús lo que les está diciendo es que se lo comerán a él, como lo veían, como si fuera una antropofagia. Y criticaban a Jesús recurriendo a sus orígenes: ¿es que acaso no es el hijo de José? ¿no conocemos a su padre y a su madre? ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo? Pienso que también nosotros, en la situación de esas personas haríamos lo mismo, porque a veces nos dejamos llevar por las apariencias y por lo que “dice la gente”, y nos cuesta mucho reconocer los méritos de los demás. Por eso Jesús les ayuda a salir de esa postura tan humana y a ver un poco más allá, a ver lo sobrenatural que puede haber en una persona, aún cuando sea hijo de un carpintero. Y con sus palabras y hechos les demostró que lo suyo no eran fanfarronerías, sino que efectivamente tenía una relación con Dios, era un enviado de Dios, era Dios mismo. Por eso les repite que el pan que les da es su palabra, y ese pan es alimento de vida eterna.

La primera lectura de este día, tomada del primer libro de los Reyes, nos presenta al profeta Elías en el desierto, un poco desalentado, que se abandona, que le pide a Dios le quite la vida, porque su vida ya no vale. Se queda dormido y lo despierta un ángel que le dice que coma, había pan cocido y agua junto a su cabecera. Elías comió y bebió, y se volvió a acostar, pero el ángel de nuevo lo despierta y lo invita a comer, diciéndole que el camino es superior a sus fuerzas, y así lo hizo el profeta. Después caminó durante cuarenta días y cuarenta noches hasta llegar al Horeb, el monte de Dios, donde había entregado las tablas de la Ley. El alimento que Dios le dio, le permitió a Elías llegar hasta su destino. Para nosotros también el camino es largo, las pruebas son muchas, el desierto es fuerte. Pero tenemos la certeza que Dios nos alimenta, nos da la fuerza del pan de su Hijo, nos da el pan de su palabra, nos alienta con su Espíritu. Y si el gran profeta Elías recibió de Dios la gracia de su alimento para seguir su camino, esa misma gracia nos la ofrece Dios a nosotros, que seguramente la merecemos menos que Elías, pero que como hijos tenemos derecho al alimento celestial. Alimento que recibimos cada vez que compartimos con los hermanos la eucaristía, y nos nutrimos de la palabra al leer la Biblia. El alimento de Dios nos da fuerzas para superar los obstáculos, para vencer las tentaciones del maligno. Para mantenernos en el camino del Señor.

La segunda lectura de la liturgia de hoy es una continuación del capítulo cuarto de la carta a los Efesios, que ya venimos leyendo desde hace varios domingos. Comienza diciendo “no pongan triste al Espíritu Santo”, que Dios nos ha marcado con él para el día de la liberación final. Y ¿cómo se puede poner triste el Espíritu Santo? San Pablo nos responde diciendo que tenemos que desterrar de nosotros la amargura, la ira, los enfados, los insultos y toda la maldad. Todo esto pone triste a Dios y a su Espíritu. El Apóstol añade que tenemos que ser buenos, comprensivos, perdonándonos los unos a los otros, y ser imitadores de Cristo. Creo que si revisamos nuestra vida, el apóstol tiene mucha razón al desvelar todo lo que vivimos cotidianamente, que inclusive podemos pensar que es normal, pero que a los ojos de Dios no lo es, le causa tristeza. Las divisiones en nuestras familias, en nuestras comunidades, en los lugares de trabajo, en tantos lugares donde desarrollamos nuestra vida, los litigios por cosas que a veces son ínfimas, pero sobre todo la insolidaridad son cosas que poco a poco se han hecho dueñas de nuestra realidad, se han hecho normales en nuestra sociedad, y lamentablemente no son cosas de Dios. Por eso, para poder hacer lo que dice san pablo para superar esas cosas negativas tenemos que revestirnos de Dios y alimentarnos con su pan, como escuchamos en el evangelio y en la primera lectura de hoy.

Te invito a que vuelvas a meditar sobre estas lecturas de hoy para que llegue a lo profundo de tu corazón la enseñanza que la Iglesia ha propuesto para este domingo, y sobre todo a que te alimentes siempre con el pan de la eucaristía y con el pan de la Palabra que está en la Biblia.