XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Juan 6, 51-59

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

 

Vamos a meditar las lecturas de este domingo vigésimo del tiempo ordinario en su ciclo B, que nos presenta un trozo del libro de los Proverbios, el salmo 33, la carta de san Pablo a los Efesios y el capítulo sexto del evangelio según san Juan. Se continúa hoy con el discurso del pan de vida, que es mismo Señor que se nos da en la eucaristía y en la Palabra.

San Juan, en este largo capítulo sexto de su evangelio, nos presenta a Jesús en su cruce de ideas con los judíos, a quienes está tratando de hacer entender lo que significa el pan bajado del cielo, el Hijo de Dios que ha venido a darles el alimento para la vida, pero que por la poca fe no logran ver y menos entender. Jesús les dice que les dará de alimento su carne, ese es el pan que ha venido a traerles. El estupor es inmediato, ¿cómo es posible que este de a comer su carne? Parece una idea fuera de toda lógica. Y lo es desde la perspectiva humana, no es lógico comerse a una persona. Pero desde la lógica de Dios es distinto, Dios nos quiere alimentar para que seamos fuertes y logremos superar los obstáculos y en especial las tentaciones del enemigo. Y el alimento es su propio Hijo, es Cristo que se ha quedado con nosotros desde la última cena en las especies del pan y el vino para que lo comamos y nos nutramos en el cuerpo y en el espíritu. Es claro que hasta que no se dio la última cena, donde Jesús les dice a sus discípulos que ese pan es su cuerpo y ese vino es su sangre, la realidad de darnos a comer su carne no podía ser entendida. Por eso de alguna manera excusamos a los interlocutores de Jesús en esta disputa por el alimento y el pan de vida. Pero nosotros ya no tenemos excusa para saber que tenemos un alimento que nos ha dejado Dios y que nos ofrece cada vez que participamos como comunidad en la eucaristía. Debemos pedir a Dios mismo que nos aumente la fe para que siempre creamos en la presencia real del Señor en las especies eucarísticas y para que nos sintamos fortalecidos cuando lo comemos y bebemos en la comunión.

Estar en comunión con el Señor, recibirlo sacramentalmente en la hostia consagrada exige de nosotros unas actitudes de vida que vayan acordes con las enseñanzas y doctrina que nos ha enseñado el mismo Jesús con el pan de su palabra. Y es esto a lo que apuntan las otras dos lecturas propuestas para este domingo, la de los proverbios y la carta a los Efesios. En el trozo del capítulo 9 de los Proverbios el autor bíblico nos habla de la sabiduría que debemos tener para estar con Dios, nos dice que dejemos de ser inexpertos, faltos de juicio, y que vayamos a comer del pan de esa sabiduría que nos llevará por el camino de la prudencia. La sabiduría no es otra cosa que conocer las enseñanzas de Dios, asimilarlas en nuestros corazones, pero sobre todo significa ponerlas en práctica. Ser sabio, desde la perspectiva bíblica, no es conocer muchas cosas, ser muy instruido, académicamente hablando, sino que es tener conciencia de la vida, tener experiencia, que normalmente se logra con la edad y con la práctica de las cosas buenas. Por eso la sabiduría siempre ha estado asociada a los ancianos, quienes por sus experiencias de vida pueden orientar a las nuevas generaciones. Algo que se está perdiendo en nuestras sociedades tecnificadas.

La Carta a los Efesios, por su parte, toma algunas cosas casi textuales del trozo de los Proverbios que está hoy como primera lectura, porque el Apóstol nos dice: “fíjense cómo andan; no sean insensatos, sino sensatos”. No andar por el mundo como si no conociéramos la Palabra de Dios y sus enseñanzas. Por eso la invitación a que recitemos himnos y salmos, cánticos inspirados, a que cantemos y toquemos con toda el alma para el Señor, celebrando constantemente la acción de gracias, la eucaristía. Son consejos que se nos dan para que permanezcamos cercanos al Señor, para que no abandonemos su camino. Significa que tenemos que procurar tener momentos de encuentro con él, a solas en la oración personal, comunitariamente, en las celebraciones y encuentros de oración y formación. Sé que en nuestros días, con tantas ocupaciones, con la velocidad de los acontecimientos, se nos puede hacer un poco difícil dedicar momentos a la oración. Pero si actuamos sensatamente, siempre encontraremos el tiempo necesario para compartir con el Señor y la comunidad, para reforzar nuestros lazos de amistad en el Señor, y para alimentar nuestro ser con el pan de Dios. Es sólo dar el paso de ser consecuentes con aquél que nos ha dado todo.

Te invito hermano, hermana que me escuchas a que tomes en serio los consejos de la sabiduría de los Proverbios y las instrucciones de san Pablo para que estés cerca del Señor. No pienses en que es pérdida de tiempo, o que otras cosas son más importantes. Cuando das tiempo a Dios, el mismo Dios te recompensa con más tiempo para que puedas disfrutar en familia, con los amigos y con el trabajo. Es sólo cuestión de decisión.