XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

 

Estamos llegando al domingo vigésimo segundo del tiempo ordinario, recuerdo que estamos en el ciclo B. La propuesta de la liturgia de la palabra es el capítulo cuarto del Libro del Deuteronomio, el salmo 14, el primer capítulo de la carta del apóstol Santiago, y retornamos a la lectura del evangelio según san Marcos, en su capítulo séptimo. Pidamos a Dios nos hable y que su palabra llegue a nuestros corazones.


Si quisiéramos resumir en pocas palabras el mensaje de este domingo, las mejores serían “ley de Dios”, porque vemos en prácticamente todas las lecturas alusiones a la misma y a su cumplimiento. La primera está tomada del libro del Deuteronomio, que traducido significaría algo así como nueva ley, u otra ley. Estamos en el capítulo 4 donde Moisés habla al pueblo: “Y ahora, Israel, escucha los preceptos y normas que yo les enseño, para que las pongan en práctica a fin de que vivan y entren a tomar posesión de la tierra que Yahve, Dios de sus padres, les da”. “Guárdalos y practícalos, porque ellos son la sabiduría y la inteligencia de ustedes a los ojos de los demás pueblos…”. Esto significa que los mandamientos que Dios ha dado deben ser vividos, no quedarse en letra muerta, escrita en bellos libros, sino que su cumplimiento debe marcar la vida de los creyentes, quienes deben ser distinguidos de los demás precisamente porque la ley regula su conducta y guía sus obras. Yahve es un Dios cercano, como lo dice también el trozo del Deuteronomio, que acompaña a su pueblo, que está atento a cuando lo invocamos, que da leyes y preceptos justos a sus hijos. Dios se da totalmente a sus hijos, y sólo exige a cambio que sean fieles en esos pocos preceptos que les da para que tengan vida. Sabiduría e inteligencia son, según este texto, la manifestación de la aceptación y cumplimiento de los mandamientos de Dios.


El apóstol Santiago, en la segunda lectura de hoy, también insiste en que la Palabra que ha sido plantada y es capaz de salvarnos, debemos aceptarla dócilmente, y sobre todo llevarla a la práctica. Y ¿cómo se lleva a la práctica? Santiago da unas pistas referidas a la caridad, al decirnos,visiten a los huérfanos y a las viudas y acompáñenles en sus tribulaciones, no se manchen las manos con las cosas de este mundo. Y con santiago podemos colocar otras prácticas que sería bueno tener en nuestros días para de alguna manera concretizar nuestra vida y experiencia cristiana: atención a los pobres, ayuda a los jóvenes, acompañamiento a los ancianos. El apóstol nos invita, como veremos también en el evangelio de hoy, a que no nos quedemos con los brazos cruzados, a que nuestra fe no la vivamos de una manera intimista, sino a que esa fe, y el seguimiento de los preceptos del Señor, los concretemos en buenas obras,en obras de salvación para nosotros y para quienes nos rodean, para que también la obra Iglesia resplandezca en nosotros, sus miembros.


En el evangelio tenemos a Jesús en una discusión con los fariseos y algunos letrados, hombres creyentes y bien formados en las leyes de Dios, que las conocían al dedillo, y que inclusive habían añadido algunas. Como la que discutían, que era la ley de purificación ritual, ya que los discípulos del Señor estaban comiendo sin antes haberse lavado las manos. Este reclamo da pie a Jesús para repetir unas palabras del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Un poco más adelante Jesús enseña otra cosa, nada de los que entra de afuera puede dañar al hombre, sino lo que sale de dentro porque sale del corazón. Con estás dos reflexiones el Señor pone los puntos sobre las íes en lo que respecta a su seguimiento y al cumplimiento de los mandamientos. No son letra muerta, no son para pregonarlos, como lo hacían los fariseos o los escribas, sino para que los convirtamos en vida, para que sea su práctica la que dé ejemplo de una vivencia según Dios, según la fe. Por supuesto que hay que conocerlos, aprenderlos, como lo hacemos en el catecismo, pero el Señor nos pide que demos el salto de la letra a la vida, del papel a la obra, de la mente al corazón.


Hermano, hermano que me escuchas, el mensaje de hoy es muy claro. Primero tenemos que conocer muy bien la Palabra de Dios y sus mandatos, para que nuestra fe tenga sustento. Y en segundo lugar, conociendo bien la Palabra y los preceptos, ponerlos por obra, hacer que sean los principios rectores de nuestra vida, que sean los que orienten nuestras actuaciones, no sólo dentro de la Iglesia, que es fácil, sino, y sobre todo, en los ambientes donde nos desenvolvemos, para que así demos un buen ejemplo a los demás, y cuando nos pregunten el por qué tenemos ciertas actitudes, respondamos que es por la fe en el Señor que hacemos el bien y nos portamos bien. El ejemplo será la mejor catequesis para quienes nos rodean.