XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)  

 

 

Amigos es un gusto poder encontrarnos de nuevo para juntos reflexionar con la Palabra que Dios nos ofrece este domingo, el vigésimo tercero en este ciclo B. Las propuestas de lectura son el capítulo 35 del Profeta Isaías, el salmo 145 con su respuesta “Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación”; la segunda lectura es de la carta del Apóstol Santiago, y continuamos el capítulo séptimo del Evangelio según san Marcos donde leemos: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. Pidamos a Jesús que también cure nuestra sordera ante sus palabras y nos haga hablar sus maravillas ante quienes nos rodean.


Como todos los domingos, hay una relación muy estrecha entre el evangelio y la primera lectura de la liturgia de la Palabra. Isaías en su profecía habla en nombre de Dios: digan a los cobardes de corazón… sean fuertes, no teman porque Dios trae el desquite, viene en persona, les resarcirá y les salvará. Y afirma: se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará…En estas frases podemos ver un compendio de necesidades primarias de las personas, una esperanza de poder salir de la situación de minusvalía que se tiene ante las demás personas y ante la sociedad. No hablar, no oír, no ver, son limitaciones que disminuyen la calidad de vida de las personas, de hecho usamos modernamente el término minusválido para referirnos a las personas con alguna discapacidad. Tal vez hoy, en muchas sociedades hay alternativas de trabajo para personas limitadas, pero hasta épocas recientes, y aún en nuestros días en algunas regiones menos favorecidas, tener alguna discapacidad significaba pasar a formar parte del grupo de pobres, porque esa discapacidad limitaba la acción de la persona. Por eso es que en la época antigua, en la época de Isaías, en la de Jesús, las personas minusválidas eran como desechadas, eran apartadas, eran desgraciadas. El profeta, al anunciar la gracia de la presencia de Dios, al ofrecer las palabras de aliento para sostener al pueblo en sus luchas y en el camino de la fe, habla a aquellos que tienen menos esperanza, a aquellos a quienes la falta de fortuna, por ser pobres, les anula las posibilidades de una vida digna, vida digna que se recupera por la acción de Dios, que quitará esas limitaciones, esos defectos físicos, para que sus hijos, al fin puedan ser felices, felices en su Reino de amor.


En el evangelio de san Marcos se nos presenta a Jesús evangelizando en distintos pueblos, y al llegar a Sidón le presentan a un sordo, que apenas podía hablar, le piden que le imponga las manos para curarlo. Jesús lo lleva aparte, hace un poco de barro con su saliva en la tierra, le toca la lengua, coloca sus dedos en los oídos y pronuncia la palabra Effetá, que significa ábrete. Al momento se curó, y el relato termina diciendo que quienes le seguían, decían con asombro: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. La gente ve en Jesús el cumplimiento de la promesa que había hecho Dios a través del profeta Isaías, Dios por fin se hace presente para traer la salvación y el bienestar a las personas. Los pobres por fin son atendidos por Dios a través de Jesús, que en su ministerio hace los milagros, pero pide a la gente no divulgarlos, no hacer escándalos, no es su misión hacer publicidad del bien que hace. Pero la gente no se contiene. Es tan grande la acción de Dios en Jesús, que mientras más les manda a callar, ellos lo gritan a voces, no se pueden contener ante la gracia de Dios, ante la alegría de la presencia de Dios en sus vidas.


Effetá, ábrete. Esta palabra nos la está diciendo Jesús hoy a nosotros, a mi y a ti que me escuchas. Tal vez no tenemos problemas físicos, porque hablamos, oímos, vemos, pero el Señor no se dirige a nuestros sentidos físicos, sino a nuestros sentidos espirituales, que tal vez si necesitan ser abiertos. Puede ser que nuestro oído espiritual esté cerrado ante las palabras que Jesús nos dice a través de nuestros hermanos necesitados. Tal vez los ojos de nuestro corazón estén insensibles ante las necesidades de los pobres que nos rodean. Y con total seguridad estamos mudos porque no predicamos o hablamos de la Palabra de Dios. Hoy este Effetá, ábrete, resuena en nuestra vida, en nuestra comunidad en nuestra Iglesia. Y como en aquél tiempo, Jesús tiene la fuerza y la gracia suficiente para curarnos en lo profundo del corazón, en lo profundo de nuestro espíritu. Sólo tienes que acercarte con confianza a él y escuchar con amor el Effetá que dirá sobre ti.
Hermano, hermana que me escuchas, el Señor Jesús, en su inmensa bondad nos da su gracia para escuchar, para ver, para hablar. Pon en sus manos todo tu ser para que seas un instrumento de su gracia en tu ambiente y en tu familia.