XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 2-16

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Estamos de nuevo juntos para reflexionar sobre la palabra que la Iglesia nos propone para este domingo que es el vigésimo séptimo del tiempo ordinario en su ciclo B. Como primera lectura vamos a leer un trozo del capítulo segundo del Libro del Génesis, meditaremos con el salmo 127, al que responderemos “Que el Señor Bendiga todos los días nuestra vida”; luego como segunda lectura tenemos parte del capítulo segundo de la Carta a los Hebreos, para finalizar con la lectura de parte del capítulo 10 del Evangelio según san Marcos. El tema central de este domingo es el matrimonio y el divorcio.

Cuando Dios hizo la creación, es decir, las cosas que tenemos y nosotros mismos, ha puesto leyes que de alguna manera orientan el proceso de crecimiento y progreso. En el Libro del Génesis vemos un plan que traza Dios sobre sus creaturas, y el autor bíblico las describe de dos maneras, lo que significa que tenemos dos relatos de la creación. En ambos hay un hacer las cosas en orden que bien podría compararse con la evolución, aunque es obvio que el Libro del Génesis no plantea una idea evolucionista. Pero Dios hace primeros los elementos físicos, luego hace las plantas, luego los animales, y luego hace al ser humano. Este es también el orden, si se puede usar este término, de la evolución. Pero el planteamiento de las lecturas de hoy se basa en el culmen de esa creación, en el ser humano. El relato del capítulo 1 habla que Dios crea en el sexto día tanto a hombre como a la mujer, y los hace a su imagen y semejanza. Mientras que en el relato que se nos presenta en este capítulo 2 se dice que Dios crea al hombre, lo pone en el jardín, y se da cuenta que está sólo. Por eso lo hace caer en el sueño y de su costilla hace a una mujer, que al presentársela el hombre se complace porque es carne de su carne y hueso de sus huesos. Y se da la sentencia: por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola cosa, una sola carne. Este es el principio del matrimonio según Dios.

Pero el ser humano, después de esa creación paradisíaca y su caída, se alejó de Dios y puso en discusión sus principios, uno de ellos el del matrimonio. Por eso en la época de Moíses se permitió al hombre divorciarse de su mujer, si esta cometía errores, y darle un acta de repudio, para que no pudiera volverse a casar. Aunque bíblico, este es un pensamiento eminentemente machista, porque no dice nada si es la mujer la que se queja o encuentra problemas con el marido. Pero dejando de lado esta discusión, nos centramos en el evangelio, donde unos fariseos, para poner a prueba a Jesús le preguntan si era lícito divorciarse. Jesús les pregunta sobre la ley que les había dado Moíses, la que permitía el divorcio, y al responder ellos que sí permitía el divorcio, entonces Jesús va a los orígenes. Dice que Moíses permitió el divorcio por la terquedad de ellos, pero que originalmente las cosas no eran así. Dios creó al hombre y a la mujer para que formaran una familia indisoluble, donde se dejaran de lado los egoísmos y particularismos y donde la pareja pudiera vivir para complementarse en la vida. De modo que en los planes originales de Dios el divorcio no entra, ni entrará, porque el divorciarse implica cometer adulterio, es decir, afectar la relación primera tenida con la esposa o el esposo.

Jesús, como hemos visto, regresa al origen de la formación de la pareja y declara la indisolubilidad de la unión matrimonial. La Iglesia también, basada en esta enseñanza de Jesús, mantiene como principio básico del matrimonio la indisolubilidad del vínculo. Con el tiempo el énfasis de la relación matrimonial se puso en los hijos, indicando que el fin principal o primero del matrimonio eran los hijos. Pero este planteamiento se ha revisado, y hoy en la Iglesia tenemos claro que el primer fin del matrimonio es la vida de complemento en pareja, el completarse el uno al otro, el ser felices el hombre con la mujer. Y de esa felicidad, es claro que se espera la generación de los hijos como premio a la entrega de los esposos. Pero no perdamos de vista que no es el fin principal, de modo que una pareja que no puede tener hijos por problemas de alguno o de ambos cónyuges no significa que el matrimonio no tiene validez. Lo principal es la vivencia de pareja. Y es aquí donde veo que están los problemas de nuestros días, que han hecho aumentar de tal modo el número de divorcios, que hasta se nos ha convertido en algo normal. Si sólo se ve el goce personal, el disfrute de estar con una persona por el placer momentáneo, es claro que la opción a permanecer toda la vida con un persona no entra en los esquemas de muchas personas. Y por eso se discute la validez del matrimonio para toda la vida. La tendencia de hoy es a vivir el presente, a disfrutar el presente, y los planes no se hacen a largo plazo, como debe ser en el matrimonio. Entonces la crisis no es de la institución matrimonial, sino que es de nosotros que no tenemos la capacidad de dar un sí para toda la vida

Pidamos al Señor que bendiga a todas los matrimonios, y que inculque en nuestros jóvenes el valor de lo que significa vivir en pareja para toda la vida.