XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
San Marcos 12, 38-44

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Amigos hemos llegado al domingo trigésimo segundo del tiempo ordinario y la liturgia de la Palabra nos propone para la meditación la lectura del capítulo 17 del primer libro de los Reyes, el salmo 145, parte del capítulo noveno de la Carta a los Hebreos y continuamos meditando el capítulo 12 del Evangelio según San Marcos. La palabra de hoy nos habla de la generosidad para con Dios y con los hermanos, inclusive dando todo lo que se tiene.

El trozo del libro de los Reyes que leemos este domingo, los versículos 10 al 16 del capítulo 17, nos presentan el episodio del Profeta Elías que se encuentra con una viuda en la entrada del pueblo de Sarepta, la viuda iba a buscar leña para cocinar. El profeta la llama y le dice que le dé agua, y mientras iba a buscar el agua la viuda, el profeta le grita que también le traiga pan. Y es cuando se revela que la viuda era muy pobre, que debido a la sequía no tenía sino sólo un poco de harina para hacer un pan para ella y su hijo, y resignada se entregaría a la muerte. El profeta Elías insiste y le dice que de todos modos le prepare un panecillo, y luego prepare el de ella y su hijo. Y le anuncia que ni el costal de harina se vaciaría ni se secaría el recipiente con el aceite, y así sucedió. La señora fue generosa con lo poco que tenía. El relato nos puede parecer normal desde el punto de vista de las maravillas de Dios, pero tiene cosas interesantes para nuestra reflexión. Sarepta, el pueblo de esta viuda, no pertenece a Israel, era un pueblo fenicio, lo que significa que Dios, a través del profeta, también manifiesta su poder y misericordia a los otros pueblos, a los paganos como se suele decir. En segundo lugar nos manifiesta la eficacia de la acción profética. El profeta anuncia la bondad de Dios, y Dios corresponde a la promesa, en este caso de que no faltaría ni la harina ni el aceite para calmar el hambre de esta viuda y su hijo. Y en tercer lugar nos manifiesta el poder que tiene la generosidad. La persona que se encuentra con el profeta Elías tenía como tres limitaciones muy significativas en la época antigua: era mujer, lo que la hacía dependiente de su marido; pero era viuda, lo que significaba que ya no se contaba con el sustento del esposo, por lo que estaba condenada a la pobreza; y en tercer lugar, era extranjera, es decir, no susceptible de la alianza de Dios, no gozaba de los privilegios de pertenecer al pueblo elegido. No obstante estas limitaciones, o desventajas, como queramos llamarlas, se impuso en ella su generosidad, y la bondad de Dios respondió con creces, pues para él, todos somos sus hijos.

El Evangelio va en perfecta consonancia con lo que escuchamos precedentemente, la historia de la viuda de Sarepta. Aquí Marcos nos cuenta que Jesús, enseñando a la multitud, les advertía sobre las prácticas de los letrados, a quienes les gustaba exhibirse con amplios ropajes, que les hicieran reverencia, que los reconocieran. Y hace la denuncia que estos personajes devoraban los bienes de las viudas con el pretexto de largos rezos. Habían mercantilizado la religión. Y resulta que mientras hablaba, observaba a la gente acercarse al lugar de recolección de las ofrendas, el famoso cepillo como se le llama. Vio que muchos colocaban dinero en cantidad, y vio también que una viuda se acercó y colocó dos monedas. Hablando a sus discípulos les dijo que esa pobre viuda había echado más que los demás, porque los otros habían dado lo que les sobraba, ella, en cambio, había dado todo lo que tenía para vivir. Qué tremenda lección, inclusive para nosotros también. Antes de dar a Dios nuestro tiempo, nuestro tesoro y nuestros talentos, lo pensamos primero, hacemos cálculos, y después de reservar lo que nos sirve, le damos a Dios, sucediendo muchas veces que necesitamos tanto, que no damos nada. Con lo que limitamos la bondad de Dios para con nosotros, porque Dios siempre nos multiplica con creces lo poco o mucho que le ofrecemos. Y he dicho antes que podemos ofrecerle nuestro tiempo, nuestro tesoro y nuestros talentos, porque todo es riqueza que nos da Dios para que la compartamos y contribuyamos en alguna medida a aliviar el sufrimiento de quienes nos rodean, como lo hizo el profeta Elías con la viuda que le dio el poco pan que tenía para vivir.

Como hemos visto el mensaje de hoy tiene mucho de social y claro, de espiritual, porque recordando las palabras del Apóstol Santiago, la fe se demuestra con las obras. Y las obras mayores que podemos hacer son la de socorrer a los más vulnerables de nuestras sociedades. En la época antigua eran las viudas y los huérfanos; hoy hay nuevos tipos de vulnerabilidades, pero todas al final son formas de pobreza que limitan el progreso de las personas y llevan desesperanza y dolor. Como creyentes, como cristianos, que escuchamos a Jesús decir “cada vez que lo hiciste con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo hiciste”, el llamado de la pobreza, sea cual fuere su forma, es una llamada del mismo Señor. Él, como el profeta Elías, nos pide agua y pan en el pobre, en el necesitado, y nos colma de gracia y bendición cuando con generosidad correspondemos, cuando sin reservas nos entregamos, cuando con amor compartimos.

Hermano, hermana que me escuchas, hoy el Señor hace un llamado a tu generosidad y a tu entrega. Sólo compartiendo con generosidad haremos concreto en esta tierra el Reino de los Cielos.