Solemnidad: Jesucristo: Rey del Universo
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
San Juan 18, 33-37

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Con la solemnidad de Cristo Rey, finaliza el año litúrgico, un tiempo en el que vivimos todas las etapas de la vida de Jesús, compartimos su enseñanza, meditamos en torno a su sacrifico, vivimos la gracia de su resurrección, y nos llenamos de su Espíritu Santo. El año litúrgico es una pedagogía que nos ofrece la Iglesia para que nosotros, los creyentes, santifiquemos el tiempo conociendo los misterios del Señor, y profundizando cada día nuestra fe. El año se inicia con el tiempo de espera, el adviento que comenzaremos a celebrar el domingo próximo, y finaliza con la exaltación de Cristo como Rey del Universo. En esta solemnidad la liturgia de la palabra nos invita a meditar con las lecturas de la profecía de Daniel, el salmo 92, el capítulo primero del libro del Apocalipsis y en este ciclo B el evangelio es el de san Juan, en el capítulo 18 donde Jesús está ante Pilatos, en el juicio que le llevó a la muerte. Y ante Pilatos afirma que es Rey.

El final del año litúrgico nos permite contemplar a Cristo como rey del universo. La figura del rey viene de las tradiciones antiguas, de pueblos que fueron gobernados por reyes, con sus cortes, con súbditos. Como celebración litúrgica fue instituida por el Papa Pío XI en 1925, y se celebraba antes de la solemnidad de Todos los Santos. En 1970, para destacar la centralidad de Cristo, la solemnidad pasó al último domingo del año y se le dio el título de rey Universal. De modo que así se corona todo un año de celebraciones del Señor que tiene que ser el centro de nuestras vidas. Así como era el rey para los pueblos que tuvieron monarquías, así debe ser Cristo para cada persona. Los reyes se preocupaban por el bien del pueblo, hacían obras para construir las ciudades, lideraban a sus pueblos en las guerras y batallas, y exigían fidelidad absoluta a sus súbditos. Jesús, como rey, nos ha dado su vida para salvarnos de la muerte eterna, con su muerte de cruz ha perdonado nuestros pecados y nos ha dado la gracia. Pero también, como todo rey, nos exige fidelidad, nos exige exclusividad, que no tengamos otros reyes, que no tengamos otros dioses. Ese es el significado fundamental de la solemnidad de Cristo Rey, celebrar la centralidad de nuestro salvador en nuestras vidas.

El profeta Daniel y san Juan en su Apocalipsis prácticamente hablan del mismo tema, refiriéndose a visiones del mundo futuro, donde una especie de hombre, como dice Daniel, Jesucristo, como lo explicita san Juan, está entre las nubes del cielo, signo del reino de Dios, y se le da todo el poder y la gloria por los siglos. Jesús es reconocido como el Primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra, el alfa y la omega, el principio y el fin, el que es, y el que era y el que viene, el Todopoderoso. Todos estos son términos que tratan de aproximarnos a lo que será ese futuro en la resurrección de todos, en donde quienes hayan obrado bien pasarán al reino celestial y estarán con Jesús por toda la eternidad. Es claro que quienes deliberadamente lleven una vida alejada de Dios no se pueden esperar el goce eterno del cielo. Pero ese reinado de Jesús ya se comienza a construir en esta tierra, dejando que sea él quien guíe nuestros pasos, nuestras acciones, y nosotros haciéndole presente en todas nuestras realidades. De modo que no pensemos en un reinado futuro, no, ya Jesús es rey y como tal lo debemos presentar.

El trozo del evangelio de Juan que leemos este domingo está tomado del capítulo 18, en donde después de ser apresado, y juzgado por las autoridades religiosas de Jerusalén, Jesús es llevado donde Pilatos para que aplique la sentencia que los judíos no podían aplicar por estar sometidos al régimen romano, que era la pena de muerte. La acusación fundamental era que se estaba haciendo pasar por rey, un delito que se pagaba con la vida, porque significaba una rebelión contra el César, soberano de esas tierras conquistadas. Jesús le explica que su reino no es de este mundo, porque si no sus guardias y ejércitos hubieran batallado para no caer en las manos de los judíos, pero su reino no es de aquí, reafirmó. Y dijo que para eso había nacido, para ser rey y testigo de la verdad. Quien está en la verdad, escucha su voz. De modo que considerar a Jesús como rey no sólo implica un asumir su soberanía sobre nosotros, sino que implica una actitud de vida donde la verdad es la guía, es la que define nuestra cercanía o lejanía de él, manifiesta nuestra entrega. La verdad, que significa no vivir con la mentira, no justificar lo injustificable, no actuar para obtener beneficios para nosotros mismos, no oprimir al otro. Verdad que nos pide ser transparentes en nuestra relación con Dios y con los demás. Y que a su vez, por ser transparente, por denunciar el mal, nos puede traer la muerte, como a él. Por la verdad murió Cristo, solemos decir. Pero este rey no se quedó en la tumba, sino que resucitando inauguró el nuevo reino celestial, el reino de Dios al que todos estamos llamados.

En este final de año litúrgico, te invito hermano, hermana que me escuchas, a que pongas en el centro a Cristo, como tu rey, como tu soberano. A que abras tu corazón a su gracia, y a que, como su discípulo, seas su testigo en este mundo.