II Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A.
San Juan 2,1-11

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Estamos en el segundo domingo del Tiempo Ordinario. La liturgia de la Palabra nos pide reflexionar con las lecturas del capítulo 62 del Libro del Profeta Isaías, el salmo 95, la Primera Carta a los Corintios en su capítulo doce, y el capítulo segundo del Evangelio según san Juan, el conocido como las bodas de Caná.

El profeta Isaías en este capítulo 62 está dando aliento a Jerusalén, a la elegida de Dios, que ha sido probada con guerras, con asedios, que su pueblo ha sido enviado al exilio, deportado, que ha sido esclavo. Un pueblo que pareciera desconsolado ante tantos males que se le lanzaron encima. En ese clima de pesimismo se levanta la voz del profeta que dice que ya no la llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada; ahora la llamarán “mi favorita” y a tu tierra desposada. El Señor la prefiere a ella y en ella encontrará su alegría. El mensaje de aliento del profeta es también para nosotros, que tal vez estamos cabizbajos o decaídos ante tantos problemas que nos acechan, ante el aparente triunfo del mal, que por todos lados como que vemos sus efectos. Y como el pueblo de Israel de la época de Isaías podemos estar como en el límite inclusive de la fe, a punto de dejarnos llevar por el ambiente del mal. Pues bien, la voz de Dios se eleva de nuevo con el profeta y nos recuerda que Dios está con nosotros, que no nos abandona, y que nos dará la fuerza de su espíritu para seguir adelante, siendo testigos del altísimo.

Y para poder afrontar al mundo que nos agobia, Dios nos ha dado tantos dones, como lo reafirma el apóstol Pablo al escribirle a los Corintios. Pablo reconoce que hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Y es esto lo que debemos captar y entender. Que a cada uno de nosotros el Señor nos ha dado unas capacidades y talentos específicos, unos dones para que los pongamos a su servicio. Para con ellos evangelizar y ayudar a quienes están alejados del Señor. Pero sucede a menudo que vivimos nuestra de una manera tan superficial, como un mero cumplimiento, que ahogamos esos dones en nuestra mediocridad. Pablo nos llama la atención y nos recuerda que como bautizados que somos hemos recibido el Espíritu Santo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos entre nosotros, y que quiere actuar en nuestras vidas, y a través de nosotros, en nuestras comunidades. Un espíritu que nos permite discernir el bien del mal, distinguir lo bueno de lo malo. Lo que tenemos es que, delante de Dios, reconocer cuáles son los dones que nos ha dado, y pedirle la fuerza para poder ser consecuentes con esos dones recibidos. Tengamos la seguridad que no nos faltará la gracia de Dios y su fuerza para alejar el mal de nuestras vidas.

El Evangelio de Juan que leemos este domingo es el conocido como las Bodas de Caná, en donde Jesús hizo su primer milagro por petición de su madre María. Cuando se acaba el vino, la Virgen le pide a su hijo el milagro de procurar más vino. Jesús le dice que todavía no ha llegado su hora, pero la Virgen, con su tacto de madre, le dice a los criados que hagan lo que su hijo les diga. Y Jesús hace el milagro, se manifiesta así su poder. En cierta medida estaríamos en el mismo ambiente de manifestación que celebramos el domingo anterior con la fiesta del Bautismo del Señor, donde se manifiesta la grandeza de Jesús por la proclamación de la voz del Padre que dice que ese es su Hijo amado, su predilecto. Después del bautismo Jesús realiza su ministerio público de predicación y también obra milagros, como este que se nos narra hoy, la conversión del agua en vino, primer milagro de la vida de Jesús. Este evangelio, además de manifestar la gloria de Cristo, también nos muestra el papel de mediación que tiene nuestra madre del Cielo, la Virgen María. Ella intercede por nosotros ante su Hijo, ella le pide las cosas que necesitamos, y logra cada vez que renueve sus milagros en nuestras vidas. Tal vez no tenemos los sentidos abiertos para ver y sentir la obra de Dios, pero creo que basta analizar un poco nuestra vida para que nos demos cuenta de cuántas maravillas obra en nosotros el Señor, y cuántas de ellas son obra de la intercesión de nuestra madre. Si algo debemos cultivar como creyentes es la relación estrecha con la Virgen María, acudir a ella con más confianza, y tener la certeza que ella nos llevará a Cristo, su Hijo.

Pidamos a Dios que nos siga dando la alegría de estar con él día a día, que haga los milagros que necesitamos en nuestras vidas para seguir siendo fieles a él, y que estemos siempre bajo la protección maternal de María nuestra madre en el cielo.