VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
San Lucas 6,17.20-26

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Hermanos estamos llegando al domingo sexto del tiempo ordinario en este ciclo de lecturas C. La Liturgia de la Palabra nos pide meditar con el capítulo 17 del libro del Profeta Jeremías, el salmo 1, un fragmento del capítulo 15 de la primera Carta del Apóstol San Pablo a Los Corintios, para finalizar con el capítulo sexto del Evangelio según san Lucas. Seguir al Cristo Resucitado, es el camino de salvación que nos propone la Palabra de Dios este día.

Como seres humanos, hemos sido creados por Dios para la libertad, que se ha manifestado desde el mismo momento en que nuestros primeros padres fueron puestos en el Edén. Dios les permitió todo y sólo puso una restricción, la del fruto del árbol del bien y del mal. Y nuestros primeros padres ejercieron su libertad desobedenciendo el mandato de Dios. En el árbol del bien y del mal están simbolizados los dos caminos posibles que puede elegir el ser humano, hacer el bien o hacer el mal. No existen vías intermedias, no existe un estar a medias con Dios, o se está totalmente con él, o simplemente no se está. Ese es el mensaje de fondo tanto de la primera lectura del Profeta Jeremías como del mismo Evangelio según san Lucas. Para Jeremías es maldito quien confía en el hombre, quien en su carne busca la fuerza y aparta su corazón de Dios. Mientras que es bendecido quien confía en el Señor, quien pone su confianza en él. Jeremías ilustra con imágenes lo que significan los dos caminos: desierto, sequía, tierra inhóspita, el camino del mal, el camino lejos de Dios. Estar con el Señor es como un árbol plantado al borde de una corriente de agua, que recibe su alimento directamente, que siempre está verde, que no deja de dar fruto. Con estas imágenes el Profeta Jeremías quiere invitar a los fieles a escoger el mejor camino, el camino de fidelidad a Dios y a su palabra, invitación que también nos hace a nosotros.

Jesús también nos muestra los dos caminos posibles en la vida, estar con Dios y ser dichoso, o alejarse de él, estar con el enemigo, y entonces ser desdichado, que lo dice con los ayes que pronuncia en esta serie conocida como las bienaventuranzas. Estas son una especie de programa para que los creyentes lo sigamos y con ello logremos alcanzar la salvación eterna: ser pobre es la primera propuesta, pobreza que no será sólo de espíritu, sino también material, de hecho Lucas sólo dice “pobres”, porque muchas veces los bienes materiales, de cualquier índole, se apoderan de nuestro corazón y se convierten en nuestros dioses, alejándonos del verdadero Dios. Dichoso cuando se tiene hambre, cuando se llora, cuando nos odien por causa del Hijo del hombre, por su causa. Cuando vivimos estas cosas, entonces tendremos una recompensa grande en el cielo. Como vemos este es el camino del bien, el camino de Dios. Pero Jesús también pronuncua los “ayes”, ay de los ricos, ay de los que estén saciados, ay de los que ahora ríen, ay si todo el mundo habla bien de nosotros. Eso significa que se está en el camino del mal. Jesús también es enfático al mostrar que seguirlo a él, estar con Dios, es una cuestión de decisión y de claridad, no de medias tintas o de tibieces, unos momentos sí y otros no, unos momentos más comprometidos, otros menos. Eso no va con el Señor. En este domingo, sexto del tiempo ordinario el Señor nos está pidiendo definiciones mostrándonos lo bueno que estar con él, y lo malo que es decidir estar con el maligno.

La segunda lectura, que hoy es tomada de la primera carta del Apóstol Pablo a los Corintios, nos dice que nuestra fe está fundada en un acontecimiento fundamental en la historia de la salvación, la resurrección de Jesús, el Cristo. Porque esa resurrección es la que nos da la esperanza de que también nosotros resucitaremos a la vida con Dios si decidimos estar en el camino bueno, el camino de Dios. San Pablo dice que seríamos desgraciados si Jesús no hubiera resucitado, nuestra fe no tendría sentido, ni tendría sentido el esfuerzo que hacemos por superarnos en la fe y por hacer buenas cosas. Porque si el final es la muerte, el volver al polvo del que hemos sido hechos, entonces sería una perdición para nosotros. Allí si valdría el dicho aquel: bebamos y comamos que mañana moriremos. Pero san Pablo, que conoció al resucitado persiguiendo a los cristianos en el camino a Damasco, precisamente por ese acontecimiento reivindica su ser de discípulo y el testimonio que da para afirmar la realidad de la resurrección de Jesús. Porque Jesús resucitó, porque el Señor está vivo en el cielo, entonces nuestra fe tiene sentido, y todas las cosas que hacemos, no perdemos el tiempo cuando ayudamos, cuando asistimos a los hermanos, cuando oramos a Dios. Al contrario, estamos ganando la vida eterna, que Dios ha prometido a sus hijos, a todos nosotros que también somos sus predilectos.

Terminamos nuestra reflexión de hoy con la frase que contestaremos en el salmo responsorial y que resume muy bien la actitud de fe que debemos tener: Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Sintamos la dicha de estar con Dios, sintamos la alegría de ser cristianos y compartámosla con la gente que hoy está sin esperanza porque han puesto su confianza en el mundo y en sus riquezas. Demostremos, con nuestro testimonio, que la mayor fuente de felicidad es el Señor, que ha resucitado para darnos a todos una vida nueva.