II Domingo de Cuaresma, Ciclo A.
San Lucas 9,28b-36

Fuente: Radio vaticano. (con permiso)

 

Amigos estamos llegando al segundo domingo del tiempo de cuaresma, el tiempo penitencial donde la Iglesia nos invita a la conversión, y así preparar nuestros corazones para la celebración de una pascua en total comunión con el Señor. La liturgia de la Palabra de este domingo nos presenta como primera lectura un trozo del capítulo 15 del libro del Génesis, al que responderemos con el salmo 26, “el Señor es mi luz y mi salvación”, para después escuchar el capítulo tercero de la carta a los Filipenses y meditar el Evangelio de la Transfiguración, el capítulo 9 de san Lucas.

La historia de la salvación es el recorrido que ha tenido la humanidad desde la creación y que continuará hasta el final de los días. Una historia que ha tenido hitos en donde Dios se ha manifestado y ha establecido pactos con sus hijos para brindarles la salvación. El momento culmen de esta historia, la plenitud de los tiempos como es conocida, es el momento de la encarnación de la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, el cual quitó el velo que hasta el momento cubría de algún modo a Dios y lo reveló tal cual es, un Padre, y una Trinidad de personas. El ser humano, creado por Dios, a su imagen y semejanza se desvió del proyecto original, de obediencia y permanencia en el Edén, lo que hizo necesario que Dios interviniera para indicar el camino que se había perdido con la decisión de los primeros padres. Y las intervenciones de Dios se han dado como pactos, como alianzas, la primera de las cuales está narrada en el libro del Génesis. Dios elige a Abrahán y lo saca de su lugar de origen para llevar a una tierra nueva, prometiéndole una descendencia incontable. Y sobre todo prometiéndole que sería fiel y cumpliría su palabra. Y Dios, con creces, ha demostrado su fidelidad no sólo a Abrahán, sino a toda su descendencia, entre la cual estamos nosotros.

Una de las consecuencias del pecado original es la tendencia que ha quedado en la humanidad a hacer el mal, en el que es tan fácil caer, y a que sea bastante difícil hacer el bien. San Pablo lo reconoce en una de sus cartas cuando dice que hace el mal que sabe que no debe hacer, y no hace el bien que sabe que tiene que hacer. Pero sin embargo se esfuerza, y con la gracia de Dios supera esa debilidad y eso le permite decir a los Filipenses, en el trozo de la carta que tenemos como segunda lectura, que sigan su ejemplo y que lo sigan a él como modelo. Y llama la atención a sus conciudadanos, con lágrimas en los ojos, porque muchos andan como enemigos de la cruz de Cristo, siendo su paradero la perdición; su dios, el vientre; su gloria, sus vergüenzas, lo que les lleva a aspirar solo las cosas terrenas. Por eso reivindica el hecho de que somos ciudadanos del cielo, que esperamos un Salvador, el Señor Jesucristo, quien transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, nos hará sus hijos. Salir de una situación de pecado, cambiar de vida, como lo pide San Pablo tiene un nombre en la Iglesia: es la conversión.

El tema central de este domingo segundo de cuaresma es la Transfiguración del Señor. Lucas nos cuenta que Jesús fue a la montaña a orar, y llevó consigo a Pedro, Santiago y Juan. Y mientras oraba el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. Y se aparecieron dos hombres que conversaban con él, eran Moisés y Elías. Pedro habla de construir tres tiendas, y se presenta la voz de Dios, como en el momento del bautismo de Jesús, diciendo: “Este es mi Hijo, el escogido; escúchenle”. Este episodio es toda una catequesis sobre lo que es Jesús y su relación para con nosotros. En primer lugar es Dios, porque es de la misma naturaleza que el Padre. En segundo lugar hay continuidad entre su revelación, que se convertirá en el nuevo testamento, y la revelación de la ley y los profetas, representados en Moisés y Elías; y en tercer lugar todo sucede en el ambiente de la oración, la oración de Jesús, retirado de toda distracción mundana, retirado en la montaña. Podemos decir que es como una pequeña cuaresma este episodio, y por ello lo propone la Iglesia este domingo, porque el camino cuaresmal es un camino de oración para lograr nuestra purificación y así poder estar en comunión plena con Jesús. Una oración que debe partir de la experiencia de la Palabra de Dios, que es la ley, que son los profetas, que son los evangelios, las cartas de los apóstoles, y el Apocalipsis. De modo que estar en actitud de conversión es reconocer que necesitamos la gracia de Cristo Transfigurado, la fuerza de espíritu, para recibir el perdón y como los apóstoles, sentirnos bien en la presencia del todopoderoso.

Te invito hermano a que reflexiones de nuevo las lecturas de este domingo, y a que intensifiques tu oración. Te invito a que conozcas más a Cristo y su palabra, para que también se transfigure tu vida, y si bien no desprenderá luz tu rostro o tus vestidos, que si lo hagan tus buenas obras y la gente pueda reconocer que crees en Cristo que es tu salvador.