XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia

 

 

Evangelio según San Lucas 14, 1-7.14

Para recordar

El próximo sábado 8 de setiembre, los fieles de la diócesis peregrinan al Santuario de Nuestra Señora de Luján. La misa será a las 11.00 y luego rezaremos el Santo Rosario en procesión por la Plaza Central. También pediremos por la Vida Consagrada, por nuestras religiosas y religiosos diocesanos.

Evangelio de hoy

El Señor nos habla de la humildad. Es obvio que no nos podemos quedar en una estrategia para no “quemarnos” o “pasar papelones” sino que siempre, cuando el Señor nos dirige la palabra a través del Evangelio, nos lleva a algo mucho más profundo. En este sentido el tema de hoy es la humildad.

La humildad no es sinónimo de “perfil bajo”, de “agachar la cabeza”, de decir que uno “no sabe” sabiendo que sabe, no, no. La humildad es una virtud superior del ser humano que tiene características importantes que se deben tener en cuenta.

Nuestra naturaleza está dividida y debilitada por el pecado; y a veces actúa con distintas formas: con egoísmos; con una falsa comprensión de la realidad; usurpando cosas que Dios nos regala tomándolas como si fueran propias; también siendo presumidos es decir mandándose la parte y creerse que es uno el que hace las cosas, y en el fondo es Dios quien las hace en uno. Son como vicios o defectos. La presunción por un lado y la pusilanimidad por el otro, es decir cuando uno tiene miedo y no hace lo que tiene que hacer porque vive siempre con miedo y no tiene confianza.

La humildad es apertura.
Es confianza.
Tiene también audacia.
Tiene su verdad, LA VERDAD fundamentalmente.
Tiene claridad.

Cuando una persona es humilde, es una persona ubicada en lo más profundo de su ser. Sabe que todo viene de Dios y está eternamente agradecida al Señor por todo lo que le regala. Primero por existir, por vivir. Segundo por la pertenencia a la Iglesia. Luego por la familia que uno tiene, por los seres queridos. Y también por el trabajo y la tarea que uno puede realizar.

La humildad también es el reconocimiento de la propia debilidad. Reconocimiento de su cansancio. Reconocimiento de sus flaquezas. La humildad nos hace más humanos. Hay generaciones, y ciertas culturas, donde mostrar una debilidad es como “perder humanidad”, ¡no! El cristianismo es lo más realista posible, lo más verdadero posible y, por lo tanto, lo más humilde posible.

Pidamos al Señor ser concientes de lo que nos cuestan las cosas, pero que sabemos en quién confiar. Cuando uno se da cuenta que la gracia nos ayuda, vive con mayor entusiasmo y no se quiebra. Puede tambalear pero no quebrarse. La humildad es el reconocimiento y el saber pedir ayuda a Dios y a los hermanos cuando lo necesitamos.

La humildad también nos lleva a tener comprensión de los demás.
El humilde es el sabio que respeta al otro.
Porque no tiene necesidad ni de hundirlo ni de exaltarlo.
Cada uno está en su medida y verdadera dimensión.
Cuando uno es humilde vive el don, pero también trabaja y se hace responsable del don que Dios le da.
Somos discípulos, siempre necesitamos de Dios, pero también el discípulo tiene que trabajarlo, responsabilizarlo y dar testimonio.

Pidamos al Señor esta gracia que, si somos sinceros, somos discípulos. También tenemos que dar testimonio y no podemos callar ni ocultar lo que gratuitamente hemos recibido. Vivamos en la verdad, en la humildad y en el apostolado.


Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén