Día Bíblico Diocesano.

Santuario San Cayetano

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia

 

 

Queridos hermanos:

La enseñanza de la Palabra de Dios de este domingo nos muestra una realidad muy fuerte, muy concreta: el tema de la administración. Nosotros nos olvidamos, a veces, pero Dios nos regala vida como don, y tenemos que trabajarla laboriosamente en el Señor. El administrador fiel, bueno y prudente es el que sabe que tiene que rendir cuentas porque sabe de la representatividad: representa a Aquel que le ha confiado el don.

Todos nosotros somos administradores de los dones de Dios y en la Iglesia, cada uno, en diferentes actividades, diferentes ministerios, tiene una responsabilidad. Hay que hacerla confiado en Aquel que da el don. Hay que ser generosos en todo lo que uno ofrece a los demás y sabiendo que tenemos que dar cuenta a El, de la administración de nuestra vida, del tiempo que usamos en nuestra vida, de los sufrimientos y las actitudes, y de la honra que le damos a los demás. De todas estas cosas tenemos que dar cuentas.

Hoy le pedimos al Señor, ser administradores fieles que confían en El. Y que no pongamos ninguna excusa, porque pueden ser tantas, que nos demoran para dar una buena respuesta. En este caso: “padre Abraham, manda que venga un resucitado, para que hable a mis hermanos”; ¡no, ya está todo dicho, ya está todo hablado! No tenemos que poner más excusas.

Esto también es para todo lo que significa el trabajo apostólico y pastoral, ¡está todo dicho, está todo hablado!

¡No perdamos el tiempo!

¡No nos quedemos en superficialidades!

¡No nos quedemos en murmuraciones!

¡No nos quedemos en egoísmos, en cosas pequeñas o superficiales!

¡Que cada uno se haga responsable del don que Dios le ha confiado!

¡No miren a los demás para ser fiel!

¡Hay que mirarlo a El para ser fiel al don que El puso en cada uno de nosotros!

A veces ponemos excusas: o el sacerdote, o el catequista, o tal persona…, o tal otra... ¡No! Hoy tenemos que decirle al Señor: yo, con la Palabra de Dios, con lo que Dios me alimenta, con lo Dios me da ¿qué cosa estoy dispuesto a conceder, a ofrecer, a entregar y a dar? Yo hoy, ¿de que manera estoy disponible para responderle al Señor? Este es el tiempo de otro tiempo y ya no podemos perder más un tiempo en nada.

En la Iglesia diocesana, Avellaneda Lanús, tenemos que vivir siempre alimentados del misterio que Dios nos ha regalado; tenemos que tratar, como hijos de la Iglesia y como hermanos entre nosotros, siendo un solo corazón y una sola alma, poniendo todo el esfuerzo en todos no excluyendo a nada ni a nadie. Si vemos dificultades, vemos feura, vemos pecados, vemos limitaciones ¡mayor motivo tenemos para rezar e interceder por aquellos que han caído, o se han debilitado, o están viviendo mal!

En la Iglesia, la Palabra de Dios nos da corresponsabilidad. Tenemos que alimentarnos y nutrirnos de una fuerza que no es nuestra: la Palabra nos alimenta, nos ilumina, nos levanta, nos sostiene, agranda el corazón y la mente, no nos deja iguales, ¡nos convierte!

La lectura de la Palabra de Dios no hay que hacerla literalmente. Hay que hacerla sapiencialmente. Es saber que Dios nos habla y decirle: ¡habla Señor que tu siervo, yo, te escucha y te pone en práctica! Esa relación entre la Palabra y el discípulo permanentemente tiene que ser vigente y estar actualizada en nuestra vida. La Palabra nos convierte, no nos deja igual, nos abre el corazón. ¿Cómo voy a decir “leo la Palabra y voy a tratar mal a mi hermano”? ¿Cómo voy a leer la Palabra y ser egoísta con los demás?

La Palabra de Dios nos urge, nos gana y dice muy bien San Juan Crisóstomo “quien ignora las escrituras, ignora a Cristo.” Nosotros no queremos ignorar ni la Palabra de Dios ni mucho menos a Jesucristo. Por eso, en este día tenemos la alegría y el gozo de recibir esa Palabra por gracia y tenemos que vivir en acción de gracias. Una acción de gracias que nos haga más ágiles, más disponibles, más abiertos para anunciar el Reino y la Palabra a los demás.

Nos urge, nos mueve, nos inquieta, nos sacude de nuestra modorra, de las cosas pesadas en nuestra vida, para decirnos “quiero que vivas en la Luz”; el que vive en la Luz comunica y transmite luz a los demás.

Iglesia diocesana, hoy tenemos la alegría de celebrar a Dios en torno a su Palabra; que siga hablándonos, que siga interpelándonos, que siga moviéndonos, para que tengamos un solo corazón y una sola alma. Que seamos testigos auténticos y que la Palabra de Dios esté en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en los círculos, y que tengamos siempre un mismo sentir, el sentir eclesial. Interesarnos por todas las cosas, de todos, por las realidades de todos. A veces cada uno se queda en su propia cosa y tenemos que tener un mismo sentir, un mismo corazón.

Le damos gracias porque no tenemos capacidad, pero es Dios quien crea esa capacidad en nosotros, es su Palabra que abre las puertas de los compartimentos de nuestro corazón y los agranda. Es su gracia que nos ilumina y nos mueve en ese contacto con la Palabra a la oración, al encuentro, a hablar cada vez menos y a vivir cada vez más en el Señor. Como la Virgen, que no dijo muchas palabras, pero que tuvo esa actitud de silencio, de acogida, de amor y fidelidad que también cada uno de nosotros tendrá que tener en su vida.

El mundo latoso en palabras, hueco en expresiones, muchas veces sin sentido, y algunos en la Iglesia también han perdido el sentido. Que nosotros, por lo menos, le pidamos a Dios no perder el sentido y para no perderlo tenemos que tener el contacto vivo y cotidiano con la Palabra de Dios para que, en este presente, en este hoy, hagamos en nuestra vida su voluntad.


¡El nos da la fuerza!

¡El nos acompaña!

¡El está dentro de nosotros!

¡El es quien hace cosas maravillosas!

¡El es quien nos hace capaces de vivir como Hijos de Dios y tratarnos como hermanos!

Que la Palabra de Dios sea nuestro alimento y que nos lleva a esa comunión que sólo lo saben aquellos que tienen el gusto por lo santo, por lo sagrado. Pidamos en serio por la conversión de nuestra diócesis, por la conversión de todos nosotros y pidamos que nos siga bendiciendo en nuestras familias, que siga suscitando discípulos y discípulas de Jesucristo; hombres y mujeres, que siga llamando al sacerdocio, a la vida religiosa y a la vida apostólica, porque necesitamos como Iglesia, como Pueblo de Dios, tener esta actitud de crecimiento y de estructura fuerte, sólida, profunda, con raíces. Y las raíces las da la Palabra de Dios.

Quien tiene contacto con las raíces, con la Palabra, será fecundo en su vida.

Quien pierde contacto con las raíces, con la Palabra, tendrá una vida superficial.

Demos gracias al Señor por este encuentro, esta convivencia, y que también lo podamos llevar a nuestras comunidades para que vivamos un solo corazón y una sola alma.


Que así sea.