XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Lucas 18, 9-14

 

Parábola del fariseo y el publicano

 

¡Qué ejemplos tan importantes son los del publicano y el fariseo!

Hablan de la oración y de cómo cada uno de nosotros se pone ante ella o ante Dios.

 

Afirmamos que para rezar uno tiene que escuchar a Dios, porque el que más habla es El y nosotros respondemos. Uno tiene que presentarle a Dios todas las cosas como en una conversación, un coloquio. Uno reza, se abre y confía, porque sabe que El va a escuchar. A Dios le contamos las cosas con oraciones, palabras, salmos de la Escritura y también con nuestras propias palabras diciéndole lo que nos pasa, lo que necesitamos o lo que le agradecemos.

 

La oración es esencial y fundamental en nuestra vida, porque es como el alma que mueve a la voluntad. La oración nos mueve para que podamos vivir haciendo la voluntad de Dios.

 

En el Evangelio de hoy, la actitud del fariseo es la de un hombre que se conoce, se tiene a sí mismo, pero de manera superficial porque dice las cosas que ha cumplido, ha realizado, pero no tiene algo que le falta, humildad. No tiene humildad, porque se presenta como muy satisfecho pero no le da lugar a Dios en su vida. Y porque le falta humildad y verdad, tiene una actitud de soberbia.

 

En cambio el publicano tiene el gesto de golpearse el pecho, reconociendo sus faltas. Pero uno no puede quedarse en ese gesto como si fuera lo único, porque uno puede “golpearse el pecho” y seguir siendo un soberbio. El tema es lo de adentro. Este publicano reconoce que es un pecador y que Dios es Dios. Y frente a Dios y a uno mismo, Dios es más grande. A El pide siempre su misericordia. Está siendo humilde y también está diciendo la verdad.

 

Es así de cierto: cuanto uno más se acerca a Dios, cuanto uno más se acerca a la Luz, más ve sus arrugas, sus fealdades. Es así constantemente, cuanto más tengo conocimiento de Dios, más hondo veo mi pecado o mi nada, como dice San Juan de la Cruz. Cuanto más subo a la montaña, a lo alto más veo y reconozco los valles más profundos.

Pidamos al Señor humildad en la verdad y verdad en la humildad.

 

Para ser humildes y verdaderos, tenemos que tener espíritu de oración. Una oración que no le impone ni le digita la respuesta, está disponible a lo que Dios quiera diciendo siempre “Padre que se haga tu voluntad y no la mía.” Cuando recemos pongamos ese final porque muchas veces queremos hacerle decir a Dios cosas para nosotros mismos porque, en el fondo, lo queremos mandar.

 

Dejemos que El mande en nuestra vida en la humildad, en la verdad y en la oración. Que esta actitud del publicano nos enseñe a andar en un camino nuevo: el de la humildad y la verdad.

 

Les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén