II Domingo de Pascua, Ciclo C Domingo de la Divina Misericordia

San Juan 20, 19-31: Jesús Resucitado, se muestra a sus Apóstoles

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 20, 19-31

 

Jesús Resucitado, se muestra a sus Apóstoles

 

¡Qué cosa extraordinaria la sencillez del relato evangélico! Lo que es evidente no se demuestra, simplemente se muestra. Hay una realidad para que podamos entender cuando hablamos de Jesucristo resucitado. El Señor se hace presente en la casa donde estaban los discípulos. Ellos tenían temor.

 

¡Cuánto temor hay en este mundo!

¡Cuántos miedos!

Miedos que no se confiesan. Hay miedos externos que, con facilidad, se hablan. Pero hay otros miedos, internos, que ni siquiera uno se anima a reconocerlos, porque si los reconoce y los descubre posiblemente pueda cambar.

 

Miedo a ser verdaderamente cristiano.

Miedo a ser verdaderamente buena persona.

Miedo a vivir del Evangelio.

Miedo a ser fiel hijo de la Iglesia.

Miedo a vivir como hermano con los demás hermanos, con todo prójimo.

¡Tantos miedos!

Miedos en la sociedad; frente a los políticos; frente a aquellos que gobiernan; miedo a aquellos que puedan ofenderse porque uno vive en la Verdad.

 

¡Hay que escuchar al Señor! “¡No tengan miedo, soy Yo!”, dice el Señor y enseguida nos da su paz. Una paz que no tiene precio; que no se compra. Una paz que no es producto del resultado mediático, de la mera suma de opiniones. Porque miles de opiniones o miles de razones no constituyen siempre una Verdad. La Verdad está por encima de las opiniones.

 

¡Fíjense en un mundo donde quiere legalizarse el aborto!

¡Fíjense en un mundo donde quiere legalizarse, y poner a la par, las relaciones homosexuales!

¡Fíjense lo que significa la manipulación genética!

 

Hoy todo está consensuado. Pero el consenso y los famosos “lobbies” que en algún momento pueden triunfar, no constituirán la Verdad ni para la razón, ni para el derecho, ni para el Evangelio.

 

La paz, que es un don de Dios, también es una conquista humana y tenemos que lograr vivir en esa paz. Que no es tranquilidad. Porque muchas veces, cuando uno quiere ser creyente y fiel al Evangelio, molesta a los demás. Eso provoca inquietud en los otros e intranquilidad en uno.

 

Pero la paz, que es superior, nos lleva a la Verdad. Nos lleva al sacrificio. Nos lleva al señorío. Y nos lleva a esa PAZ que no tiene precio y que tenemos que vivir.

 

Queridos hermanos, espero que vivamos los frutos de la Resurrección de Cristo. Espero que cada uno salga de su “cueva”, de sus miedos que, como dije, algunos son externos y tantos otros son internos.

 

Que cada uno de nosotros pueda vivir  esa paz; buscarla pero también seguirla y ser consecuente con ella.

 

Que el Señor nos prepare como continente, a ser, en esta V Conferencia Latinoamericana y del Caribe, verdaderos discípulos suyos, verdaderos misioneros para que nuestros pueblos, en El, tengamos vida y vida en abundancia.

 

Es lo que necesita el mundo y lo que necesita también la Iglesia, tu Iglesia, nuestra Iglesia: gente convencida que viva en paz, y que se juegue por la paz, para los demás.

 

Les deseo esta fuerza que Dios nos da y que vivamos como nuevas personas, como resucitados.

 

Les dejo mi bendición.