III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
San Mateo 4, 12-23: “El Pueblo que estaba en tinieblas, vio una gran luz”

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 4, 12-23

 

“El Pueblo que estaba en tinieblas, vio una gran luz”

 

Después de su Bautismo, recibido de manos de Juan el Bautista y ahora arrestado por Herodes, Jesús comienza su vida pública y empieza a anunciar el Reino. Jesús es “la LUZ que viene.”

 

La oscuridad no soporta la luz. Podemos decir también que las tinieblas es ausencia de luz, como el mal que es ausencia de bien. Es importante que todos nosotros descubramos que estamos llamados a la luz, a la verdad y al bien.

 

Si permanecemos en el antes, es decir en las tinieblas, en las mentiras, en la no bondad, ahora estamos llamados a vivir en la luz, en la verdad y en el bien. El Señor nos llama a esto y debemos darnos cuenta que tenemos una vocación porque Él nos llama. Y porque Él nos llama, tenemos vocación.

 

Tenemos que escuchar ese llamado, porque quien escucha bien va a responder bien. Quien se tapa los oídos, sobre todo del corazón, no va  a escuchar. Y porque no va a escuchar bien, no podrá responder bien.

 

Tenemos que convertirnos. Es una tarea permanente pero ¡todos debemos convertirnos!: el sacerdote, el obispo, la religiosa, el religioso, el laico, porque todos estamos en camino. Y   cuando estamos en camino hacia la verdad, hacia la luz y hacia el bien, tenemos que pasar por el crisol de la purificación para que vivamos una vida de cambio, una vida de conversión. Para que de alguna manera, y fuertemente, el Reino de Dios esté presente.

 

Si el Reino de Dios no está presente en nosotros, si no gravita en nuestros sentimientos, si no pesa en nuestro corazón, si no está presente en nuestra mente y en nuestras actitudes, ¡el Reino de Dios se desmorona!

 

Por eso es importante darnos cuenta que tenemos que cultivar y desarrollar una vida espiritual, personal y profunda. Pero si no lo hacemos, ¡no basta ni se arregla sólo con la misa dominical! El encuentro en la misa dominical, que es importante participar, nos tiene que dar fuerzas para toda la semana, para todos los días de nuestra vida. No es algo que yo “toco y me voy”, o participo y “ya está” total es “hasta la otra semana.” Es la constante y la permanente permanencia del Señor en nuestra vida.

 

Hay que pedir al Señor el don de la conversión, el don de la escucha y la prontitud de la respuesta, ¡y tenemos que responder! Recordemos que antes éramos una cosa, ahora vivimos una nueva realidad. Entonces vivamos como esta nueva realidad y no nos quedemos en lo de antes.

 

La alegría del encuentro, la constante búsqueda, el compromiso a través de la fidelidad y un corazón que está buscando rearmarse siempre para permanecer y ser fieles al Señor.

 

Pidamos darnos cuenta que somos llamados y que contamos con su gracia. Pero también Dios exige nuestra respuesta. Y si alguien tiene miedo, inseguridad, cree que no podrá responder, yo diría ¡no pierda el tiempo!

 

Mirarlo al Señor que da su gracia, que da su amor para que uno pueda y sepa responder, si entonces yo no sirvo para la misión, debo decir “no es que estoy lleno de dificultades, es que tengo poco amor, pocas convicciones y porque amo tan poco no soy capaz de responder con prontitud y en disponibilidad.” Esta es la verdad.

 

Que el Señor nos ayude a vivir nuestra vocación y a responder sin vacilación.

 

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.