VI Domingo de Pascua, Ciclo A
San Juan 14, 15- 21:
La promesa del Espíritu Santo

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 14, 15- 21

 

La promesa del Espíritu Santo

 

En este pasaje del Evangelio vemos al Señor que está preparando su despedida, su ascenso, que ocurrirá el próximo domingo: la ascensión del Señor a los cielos. Cristo, crucificado, muerto y resucitado, sube al Padre y con el Padre nos enviará el Paráclito, el Espíritu de la Verdad, para que no nos quedemos solos, para que el Señor esté presente.

 

¿Y qué es el Espíritu?

¡Es Dios!

Es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

 

Y Dios, en su Espíritu, se nos da, se nos comunica, por medio de su Hijo, nos comunica con el Padre y con el Hijo, en el corazón de cada uno de nosotros, los creyentes y de todo hombre de buena voluntad para que en nuestro caminar tengamos siempre la posibilidad de crecer en la verdad y en el amor.

 

El tema central de este Evangelio es el amor. “Si ustedes me aman, van a cumplir mis mandamientos, y se amarán los unos a los otros y serán amados por el Padre; como el Padre me ama a mí, también el Padre los amará a ustedes”

 

Esta visión trinitaria: cómo Dios, cómo Cristo nos revela y nos lleva al Padre. Y cómo Cristo con el Padre nos da su Espíritu para que también nosotros vivamos de su amor. Y este amor, no se asusten por la palabra que les voy a decir, es un amor místico. Un amor místico que produce en nosotros una verdadera y real transformación.

 

Somos creaturas nuevas y tenemos que amar desde Dios ¡con una fuerza extraordinaria!, ¡con una amor sincero y desinteresado! Y tenemos que amar a todo hombre, pues cada hombre, el hombre, es primero y fundamental camino de la Iglesia, como decía el Papa Juan Pablo II en la primera encíclica sobre la redención del hombre.

 

Es fundamental darnos cuenta que tenemos que vivir en ésta órbita, en este ámbito, en esta esfera. Por eso la vida de nuestra fe, contando con el amor del padre, con el amor del Hijo y con el amor del Espíritu Santo, nos lleva a ser un discípulo responsable que sabe respetar a los demás, sabe cumplir con su tarea y con su misión. Y lo lleva a tener una rectitud de conciencia con todas las cosas que hace, tanto públicas como privadas, visibles e invisibles. También lo lleva a vivir una fuerza, un ardor, un entusiasmo extraordinario de lo que es la transformación.

 

Por eso un cristiano no puede ser “ni”; ni si ni no.

No puede ser ambiguo.

No puede ser equívoco.

No puede ser indiferente.

No puede ser superficial.

 

Vida y obra. Fe y obra.

La vida cristiana tiene que expresarse en obras concretas. Cada uno de nosotros tiene que llegar a esta plenitud: que la gente nos descubra que somos cristianos, que somos católicos, porque nos amamos, porque nos respetamos, porque nos cuidamos, porque nos interesamos, porque nos ocupamos por los demás, en especial de aquellos que no nos pueden devolver nada porque si no puede pasar una tremenda incoherencia. “¡Cuida que tu vida no testimonie en contra de tus palabras!”, ya lo decía San Agustín.

 

Para poder cumplir con esta obra, que es la obra del amor de Dios en el amor a la Iglesia y en el amor a los hermanos, lo primero es la oración. La oración que pide fuerza a Dios para luego dar el testimonio. El que reza podrá dar testimonio, el que no reza, porque cree que no lo necesita, dará un tenue, un superficial y poco testimonio. Por eso el creyente, todos nosotros, tenemos que tener una actitud contemplativa en la acción para no superficializar nuestra vida.

 

¿Queremos testimoniar?

¿Queremos ser discípulos y testigos?

¿Queremos ser discípulos y misioneros?

 

¡Bueno!, ¡cuidemos y cumplamos con la oración! ¡Cuidemos y confiemos en la oración! Porque la oración nos llena de la gracia de Dios, para que también nosotros podamos decir, como el apóstol Pablo, “ya no soy yo quien vive, sino es Cristo quien vive en mí.” Así vamos a vivir haciendo síntesis, coherencia, integralidad en la vida –fe y vida- vida sostenida en la fe y una fe que se expresa cotidianamente en la vida. Y no nos olvidemos nunca que “en el atardecer de nuestra vida seremos juzgados en el amor”

 

Les dejo mi bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

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