Solemnidad de la Ascensión del Señor, Ciclo A
San Mateo 28, 16- 20:
Jesús asciende a los cielos

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 28, 16- 20

El Evangelio de hoy: Jesús asciende a los cielos


La persona de Cristo es la imagen del Padre, el rostro visible del Padre. Este Cristo que se encarnó en el seno virginal de María, que asumió la historia de todos los hombres, se encarnó en el pueblo de Israel –María, su Madre, la Virgen, una judía de Israel- y de allí nos viene la salvación, por los judíos. La presencia de Jesús nos trae la salvación que conquista con la obediencia al Padre en la cruz.

El misterio de la Pascua es la encarnación, la crucifixión, la resurrección, y también es la Ascensión. Jesús asciende glorificado al Padre y junto al Padre nos enviará al Espíritu Santo, en Pentecostés. ¡Es la misma persona; es el verbo que se hizo carne; es Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre!

Cristo cambia su presencia pero sigue estando presente. Presente en el corazón de cada uno, en la familia, en la Palabra de Dios, en los Sacramentos de un modo muy especial, en la Iglesia y en el mundo. Cristo está presente. Cambiaron los signos pero Él está presente.

Con su presencia y ascenso al Padre, Él nos da una misión. “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra, por eso ¡vayan y hagan que todos los pueblo sean mis discípulos!” ¡Vayan!, nos dice. Hay un envío. “Así como yo recibí el mandato, dice Cristo, también les doy a ustedes el mandato: vayan, yo los envío. Y quien a ustedes escucha, a mí me escucha.” Porque nosotros tenemos que ir en nombre del Señor. El protagonista principal es Él, nosotros somos sus colaboradores, sus corresponsales, pero no llevamos nuestra doctrina, nuestro mensaje: llevamos y comunicamos su doctrina y su mensaje.

En la medida que nos demos cuenta que Él está presente y nos envía, nosotros tenemos que ir a abrir las puertas de la Iglesia, abrir las puertas de nuestras comunidades, ¡pero abrirlas en serio!; no de a poquito, abrirlas en serio. Dejar que los demás entren en nuestra vida y que participen con nosotros de todas nuestras realidades.

No significa tener una relación estática, quieta, fija, sino más bien dinámica.

¡Salir a buscar!

Salir a buscar para que vengan, para que vuelvan.

¿Y a quién hay que buscar?

A los que se fueron.

A los que no vinieron nunca.

A los que están un poco adormecidos.

A los que están cansados.

A toda persona porque también está invitada, como nosotros pero que nosotros tenemos que invitar.

Esta actitud del discipulado es fundamental para cumplir con nuestra misión.
En la Fiesta de la Ascensión pedimos especialmente por los medios de comunicación social, para que ejerzan con competencia y responsabilidad; y no caprichosamente, según lo que algunos –debido al monopolio- quieran que pensemos lo que ellos piensan, sino que sea información, transmisión, comunicación, de la objetividad de la realidad y no de las intenciones, que a veces no son tan santas, sino parciales, ideologizadas y viciadas.

¡Vayamos en su Nombre y con Él tengamos esa capacidad de ser misioneros! Pero nunca seremos misioneros buenos si no sabemos ser discípulos buenos. Pues el que nos envía nos pide que también nosotros lo sepamos escuchar.

Les dejo mi bendición en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

 

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