Misa por los Estudiantes, Docentes y Profesionales
Capilla del Colegio Inmaculada Concepción
13 de abril de 2008

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Queridos Hermanos y Hermanas: 

Es una alegría poder celebrar esta Eucaristía con los sacerdotes que me acompañan, el diácono y también con ustedes. Agradezco la presencia de todos y de cada uno.

La Iglesia reconoce la importancia que tiene, en la vida de ustedes, la Universidad. Y la Iglesia quiere acompañar a los docentes, a los alumnos, a las familias y en cada una de sus realidades quiere estar presente. Esto es importante, y no nos asustemos de las palabras, “la Iglesia es Madre, y la Madre quiere estar con cada uno de sus hijos y también con sus propias realidades.”  

Es importante que en nuestra diócesis de Avellaneda-Lanús demos un lugar especial a la Pastoral Universitaria, ya que muchos jóvenes que han salido de nuestras comunidades y de nuestras parroquias afrontan un desafío extraordinario como es el estudio universitario y nosotros tenemos que acompañarlos. También queremos acompañar a los queridos docentes que tienen una tarea encomiable y extraordinaria en la transmisión y en la formación de tantas y distintas disciplinas. 

Ahora bien, como creyentes sabemos que todos tenemos una vocación y tenemos por el Bautismo una vocación que no podemos olvidar jamás: somos cristianos y estamos bautizados en el nombre de Jesús y sabemos muy bien que Cristo ha inaugurado un Mundo Nuevo, una Vida Nueva. Esa realidad de Cristo  también tiene que estar presente en el mundo del estudio de las distintas disciplinas a las cuales uno se puede dedicar.  

Todas las cosas tienen que concurrir para el bien, y todas las cosas tienen que ayudarnos a hacer una síntesis para poder vivir integralmente toda la persona humana; e integralmente toda la persona humana no es solamente cosas materiales sino también, y fundamentalmente, ¡son cosas espirituales y valores que nosotros no podemos olvidar! 

La persona es cuerpo y espíritu, y ambas cosas son fundamentales. Podríamos decir que nosotros nos especificamos más desde el espíritu en el cuerpo. Y es el espíritu el que tiene que dar criterio para que nosotros podamos caminar, formarnos, desarrollarnos, y cultivar una Vida Entera, una Vida Integral. 

La Universidad además de ser y de buscar profesionales tiene que formar personas, verdaderamente personas, y a veces, ese objetivo difícilmente se puede cumplir, o no se cumple por entero. Y nosotros, ¿qué tenemos que hacer como Iglesia? No competimos, respetamos las distintas autonomías, pero no queremos perder  nuestra identidad. Y la identidad no hay que perderla; queremos ser sal de la tierra y queremos ser luz del mundo en todas las cosas en las cuales nosotros participamos y en las cuales nosotros tenemos que tener una presencia activa, contundente y también, por qué no decirlo, eficaz, que sea signo, que diga algo.  

La Iglesia existe para evangelizar, la Iglesia existe para traernos a Dios al mundo y nosotros tenemos también una vocación como ella, para que nosotros en nuestros ámbitos, ¡el nombre de Dios no sea olvidado, sea reconocido, sea amado y sea seguido!  

Pero también sabemos que, a veces, es difícil ser creyente y es difícil ser discípulo porque muchos lo ignoran. Como decía muy bien el Papa Juan Pablo II en el documento al comienzo del Tercer Milenio: “estamos en una sociedad plagada de agnosticismo”. Todo es agnóstico, por lo tanto, es muy difícil manifestarse como creyente e incluso pareciera que uno tendría que decir hoy para presentarse: “perdón, tengo que decirles algo, no se enojen, ¿saben una cosa?, yo soy creyente”… ¡Como si decir que uno es creyente, fuera una palabra mala o una palabra caída en desuso o que no tiene interés o que no debe interesar en la vida de la cosa pública! 

La fe debe interesar en la cosa pública. Porque no es privada, no es de particulares, y no debe quedar reducida a los ámbitos pequeños o a la sacristía. ¡La fe tiene que incidir en lo social y en las cosas cotidianas de nuestra vida temporal! ¿Por qué? Porque reconociendo a Dios, nosotros nos humanizamos. Reconociendo la cercanía de Dios, nosotros somos más hijos suyos, y reconociendo esa cercanía y siendo más hijos suyos, nosotros podemos y debemos vivir tratándonos como hermanos.  

¡Y este es el objetivo fundamental de la realidad de todo estudio! ¿Acaso el estudio se justifica por sí mismo, si uno no se reconoce como hijo y no trata al otro como hermano? Entonces podríamos decir: es un estudio estéril, vacío, sin sentido. 

Queremos recuperar el sentido, el sentido de todas las cosas, el sentido que Dios tiene en nuestra vida, el sentido que Dios tiene como proyecto de vida, como proyecto de familia, y como proyecto de sociedad. Y ciertamente el nombre de Dios, debe ser reconocido. Por eso, queridos hijos: ¡no se desanimen, sepan que Dios está con nosotros, que Dios está con ustedes y que también tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vivir con fidelidad y perseverancia nuestra vocación! 

Ustedes podrán decir: “pero el ambiente es difícil”. Es muy difícil, claro que lo sé, el ambiente es difícil, pero no hay que desanimarse  y aunque sea difícil cualquier obstáculo que se nos presente no será difícil para aquel que está convencido y que está firme en su identidad y en su profesión de fe. Por eso es importante que ese desafió nos encuentre a nosotros convencidos, con raíces profundas. 

Muy bien lo decía Juan Pablo II:Roma, eres un árbol frondoso y fecundo, pero si pierdes contacto con tus raíces te vas a secar”. Porque las raíces son el fundamento del árbol y las raíces son el fundamento que da frutos. Nosotros no podemos olvidarnos de las raíces. ¡Y nuestra raíz es Jesucristo, el Señor, quien hace fecundo y que nos da la savia y la gracia y la amistad, para que nuestra vida sea fecunda, y nuestra vida sea abundante!  

Dificultades no van a faltar. Ustedes tienen al Beato Pier Giorgio Frasatti como patrono de los estudiantes, un hombre estupendo, normal. Pertenecía a la Acción Católica al comienzo del siglo XX, vivió pocos años, pero él con su vida fue enseñando el testimonio. ¿Y de dónde él sacaba la fuerza? La sacaba de la Eucaristía diaria, de la oración, de la Palabra de Dios y de la acción concreta a los más pobres, a los últimos de los últimos de aquel entonces y de aquella época.  

Y ese hombre que murió a los 24 años, incomprendido por muchos e incluso incomprendido por su propia familia, que no lo entendía y no podía entenderlo, porque había grandes problemas en su seno familiar. Hasta incluso se le reprochaba, que estando enfermo no podía cumplir algunas cosas que la misma familia, torpemente le exigía. Y él, alegre, él, sonriente, perseverante y fiel. 

¡Esas dificultades de aquel entonces y estas dificultades de este hoy son comunes, no hay que asustarse! El que quiere servir al Señor, el que quiere ser fiel a Cristo y el que quiere ser fiel a la Iglesia tiene que prepararse para la prueba. Porque ser cristiano lleva como nota el Sacrificio, y lleva como nota la Cruz. No es una cruz que nos pueda derrotar, no es una cruz que signifique sinónimo de masoquismo; pero ¡es una cruz que nos lleva a dar fuerzas para seguir amando y para amar más! 

Por eso, yo les pido que no se desanimen, porque la Iglesia está con ustedes. ¡Reúnanse, asóciense, agrúpense, alrededor de la Palabra, alrededor de los conceptos, alrededor de los objetivos!

Recuerden que no están solos, no son la parienta pobre de la sociedad.

¡No vivan con complejo de inferioridad ni de culpa!

¡Ustedes han recibido una vocación, y también por lo tanto, tienen una misión que cumplir!

No se achiquen, no vivan como tristes ni como desanimados ni como sin sentido. ¡Vivan con la fuerza del Espíritu que está  en el Evangelio y que está presente en la Iglesia! Y que hay que tener Amor a Cristo, al Evangelio y a la Iglesia, por más que muchos quieran ensuciarla, por más que muchos quieran degradarla, por más que muchos quieran destruirla. 

Tienen una vocación, Dios se las ha dado, descúbranla. Pero por favor, cultívenla. Si la sal pierde su gusto, ¿con qué se va a volver a salar? Si el mundo a ustedes los traga, si el mundo a ustedes los fagocita, si pierden el sentido de su propia originalidad; es decir, de la vida cristiana, ¿para qué servimos entonces después? Los convencieron, los fagocitaron y los bloquearon y los destruyeron. 

Yo no sé si soy claro, pienso que sí. Pero cuentan con la gracia de Dios y con la fuerza que nos da el Espíritu, que hace reconocernos ¡sabiendo que no somos tan pocos y que con Él podemos hacer mucho! Porque “todo lo puedo en aquel que me conforta” como decía el apóstol Pablo. 

¡El mundo necesita del testimonio de ustedes, el mundo necesita de la misión de ustedes, el mundo necesita de la perseverancia de ustedes! Tiempos difíciles, es verdad. Pero son tiempos de gracia, tiempos de esperanza y tiempo de mucho trabajo para el Señor, para la Iglesia y para nuestra sociedad y para nuestra Patria. 

Que la oración de la Iglesia los acompañe, y que realmente hoy lo sientan y perciban. Que sientan y perciban la cercanía de Dios, la fuerza que Dios nos da. Y si Dios nos da fuerza, no sólo para anunciar a los demás, sino también para recibir el mismo anuncio a nosotros que no nos deja igual.

Porque el Evangelio cuando se lo comunicamos a los demás también nos golpea a nosotros y va convirtiendo los criterios de juicio, los criterios de pensamiento, las actitudes, los comportamientos, los valores. Muchas cosas se van como modificando, porque es claro, cuando uno se acerca  a Dios no queda igual, nadie puede quedar igual después de haber experimentado el Encuentro con el Señor. Si no queda igual, el Encuentro con el Señor nos lleva incondicionalmente al envío, al apostolado, al testimonio y a la misión.

¡No están solos, el Espíritu  de Dios está muy presente y también la Iglesia quiere con ustedes recorrer el camino que están transitando! 

Que así sea.