Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A.

San Juan 3, 16- 18

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 3, 16- 18 (ciclo A)

 

 

Evangelio:

 

Aquí nos habla el mismo Señor Jesucristo de cómo su presencia es por el amor del Padre, el amor de Dios. Que amó tanto, tanto, que nos entrega al Hijo para que todos los que creemos en Él tengamos el gusto de lo eterno, el gusto de lo absoluto, el gusto del para siempre, para que no muramos.

 

Porque permanecer en Él nos da la permanencia, la perdurabilidad y la inmortalidad. Como que nos cambia de tiempo: de este tiempo nos lleva al para siempre, “para que todo el que crea en Él, no muera sino que tenga vida eterna”.

 

Por eso es una cosa extraordinaria que no tiene comparación. Sólo Dios es el único que puede saciar el apetito infinito de cada uno de nosotros, sólo Dios. Todas las demás relaciones que uno pueda tener, pueden ser extraordinarias, fundamentales, importantes, pero realmente Dios es Dios. Por eso uno no lo puede comparar. De ahí que uno tiene como una tarea, un mensaje que llevar, una carta que entregar a destino, y no puede olvidarse de la carta.

 

Muchas veces la gente vive porque el aire todavía es gratis; la gente vive como si fuera protagonista exclusiva de su propia vida, de su propio destino, y vive olvidándose de Dios. Cuando se acerca y encuentra a Dios, se encuentra consigo mismo y con los demás.

 

El amor de Dios nos lleva a lo más profundo, al secreto más profundo, al misterio más profundo, a la comunión más profunda: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como decía. Lo propio del Padre es crear, lo propio del Hijo es redimir y lo propio del Espíritu Santo es santificar.

 

Esa comunión trinitaria, esa intimidad profunda donde nosotros sabemos que este conocimiento de Dios es apenas un esbozo porque jamás Dios puede ser agotado, pero que nos hace pregustar lo que será en la eternidad.

 

Estar ante Dios, en la Eucaristía;

Estar ante Él, el creador;

Estar ante Él, el redentor;

Estar ante Él, el Espíritu Santo, el Amor.

Ahí está todo lo definitivo y desde El uno va construyendo las demás definitividades en la vida y se va relacionando.

 

Es importante que nos demos cuenta que este conocimiento de la Santísima Trinidad, es una llamada misteriosa a la comunión más profunda de El, de la Trinidad, pero también a una comunión más profunda de nosotros.

 

“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto, hasta que no repose en Ti”, nos decía San Agustín. Oh, mi Dios, mi confesión delante de Ti surge de manera tácita y no tácita; viene en el silencio pero es fuente de un grito profundo del afecto y del amor; este misterio que nos das es algo intangible, pero lo más real, el conocimiento de la Santísima Trinidad.

 

Ustedes dirán que posiblemente sea un lenguaje elevado, pero todos nosotros estamos llamados para vivir elevados, ¡no bajemos las exigencias ni los escalones!, ¡subámoslo!, porque ciertamente, cuanto más sentido tengamos de la presencia Trinitaria en nuestra vida, tendremos mayor presencia, mayor conciencia, de nuestra vida personal y también de nuestro trato con el Pueblo de Dios, unido en el Padre, en el Hijo y en Espíritu Santo.

 

El hizo una alianza y formó un Pueblo; y como pertenecemos a ese Pueblo trinitariamente, tendremos mayor conciencia del respeto, de la veneración, del cuidado y de la responsabilidad del destino de nuestros hermanos. Siempre la presencia de Dios cualifica nuestras acciones humanas. No lo olvidemos.

 

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén