Celebración del día del Párroco.

Parroquia San Juan María Vianney. 04 de agosto de 2008

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Querida comunidad de

San Juan María Vianney:

 

Para mí es una alegría muy grande venir a esta comunidad para celebrar estas fiestas patronales. En este día quiero que tengamos una oración especial por Mons. Angelelli, en el 32º aniversario de su asesinato. También por una hermana muy querida, Elisa Monalli, quien fuera Superiora General de las Auxiliares Parroquiales, al cumplirse un aniversario de su fallecimiento; una correntina muy especial a quien ponemos en consideración en esta celebración.

 

Hoy celebramos la fiesta del Santo Cura de Ars y el año que viene se conmemoran los ciento cincuenta años de su fallecimiento, ocurrido en 1859. que junto a las apariciones de la virgen María en Lourdes, son grandes acontecimientos en la Iglesia

 

Ahora bien, ¿qué cosas tenemos que ver en él Santo Cura?

 

Tenemos que ver a un hombre que nos ha enseñado prácticamente cómo tenemos que vivir para llevar también el nombre de parroquiano de esta comunidad del Santo Cura de Ars. Podemos ver a un hombre que no se quedó en cosas secundarias. Le costó mucho ser ordenado sacerdote, casi no lo ordenan. Después de ordenado estuvo tres años como Vicario en una parroquia y luego lo enviaron muy lejos, a una parroquia chiquita que, al decir de entonces, “no era muy importante”.

 

Y él fue, no se quedó enredado en ese mundo que hoy, muchas veces y con frecuencia nos podemos quedar. No le importó si había poca o mucha gente, si era o no importante. Lo que sí le importó era que tenía que hacer la Voluntad de Dios, que tenía que rezar mucho y que tenía que entregarse mucho a su pueblo. Lo hizo a través de la predicación, la catequesis, la confesión. No hizo grandes organizaciones, sino que se dedicó a la gente en aquello que podía y sabía hacer.

 

Y transformó Ars, transformó París, transformó Francia. De muchos lugares acudían a escucharlo, no a él, sino las cosas que él transmitía de Dios. Tenía una voz fina, aflautada, poco agradable al oído y sin embargo, cuando él hablaba del amor de Dios, cuando hablaba de la caridad, se transformaba y transformaba a todos aquellos que lo escuchaban.

 

El Santo Cura de Ars también nos enseña a no quedarnos en cosas externas; a no quedarnos encerrados en pequeños o grandes detalles, sino que tenemos que ir a lo esencial. ¿O no nos damos cuenta que la Iglesia está sufriendo mucho?, ¿no nos damos cuenta que el mundo está sufriendo mucho? Hay muchas decepciones desde la política hasta los sistemas y hasta tantas cosas, que están transmitiendo mucha tristeza, desánimo y casi un pesimismo.

 

En cambio, nosotros ¿qué cosas podemos hacer?

Lo que cada uno puede hacer es quedarse en el Señor, quedarse en lo importante.

¿Hay problemas? Recemos más.

¿Hay conflictos? Amemos más.

¿Hay dificultades? Ofrezcámoslo en sacrificio.

 

No perdamos el tiempo en muchas internas que no edifican y al contrario nos van haciendo perder gracia, concentración, vitalidad y entusiasmo. ¡Hay que pedirle mucho al Señor, porque son tiempos difíciles los que nos toca vivir!

 

Ustedes, hermanos que reciben hoy el sacramento de la Confirmación, reciben la fuerza del Espíritu Santo. Vean: no son ustedes los que están totalmente preparados, nadie está preparado para recibir la gracia, nadie está preparado para recibir a Jesús en la Eucaristía, nadie está preparado para servir en la Iglesia, pero es Dios quien los va preparando. Los va preparando para que no se apoyen en fuerzas humanas, para que sí se apoyen en el Señor.

 

El Señor que quiso crearnos.

El Señor que quiso redimirnos.

El Señor que quiere santificarnos.

En su nombre, con esa confianza, hoy reciben el sacramento de la Confirmación.

 

Para que no haya duda: es Dios quien hace las cosas; es Dios quien transforma las estructuras y es Dios quien transforma el corazón humano. Es Dios, no hay otro. Ni en el cielo ni en la tierra hay otro nombre que no sea el Nombre del Señor.

 

Reciban con entusiasmo y sobre todo con confianza. Una confianza que nos lleva a todos a seguir confiando en el Señor. ¡Es fácil creer cuando las cosas salen bien! Pero mucho más difícil, pero más desafiante e importante, hay que creer cuando las cosas aparentemente o en verdad salen mal.

 

Para que esta comunidad se de cuenta, para que nuestra Iglesia diocesana se de cuenta, que sólo el Señor salva y que sólo el Señor quiere transformar el corazón humano y nos ayuda para que podamos ser instrumentos de esperanza.

 

La Iglesia sufre, el mundo sufre. Que seamos capaces, con nuestra entrega, nuestra confianza, con nuestra fidelidad y con nuestra renuncia, de ir mitigando los dolores que hay en todos.

 

La oración, la entrega y el hacer, en este hoy, la voluntad de Dios.

Vivir en este presente, en la presencia de Dios y buscar lo que nos dice el Evangelio, lo que nos dice el Señor, lo que nos dice la Iglesia porque en ella el Señor obra y la Iglesia es el lugar donde Dios se expresa a los hombres y a los pueblos.

 

Todos tenemos que cumplir con una tarea.

Todos tenemos que cumplir con una misión.

 

Nuestra diócesis está, en estos tiempos, en un estado permanente de misión. Vamos a misionar a lugares y barrios donde muchas veces no se ha podio llegar con intensidad. La Iglesia quiere abrir sus puertas para salir, para compartir, para buscar, para anunciar, para evangelizar, para comunicar la buena noticia. Podemos decir como San Pablo pobre de nosotros si nos encerramos en nuestras cosas y pobre de nosotros si no fuéramos capaces de evangelizar a nuestros hermanos.

 

El anuncio del Evangelio es la mejor liberación que podemos ofrecer a nuestros hermanos.

El anuncio del Evangelio es compartir esa libertad que Jesucristo nos consiguió en la cruz. Compartir el Evangelio es aprender de nuevo a tratarnos entre nosotros como hermanos.

 

El mundo y la Iglesia sufren porque faltan amor, verdad, justicia, libertad y paz. Esas cuatro cosas que decía Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris. Cuatro pilares para poder hacer bien y traer la paz: la verdad, la justicia, el amor y la libertad. Todos nosotros tenemos que trabajar con mucha confianza en el Señor.

 

Nos necesitamos mutuamente.

El Señor nos quiere necesitar.

Cuidemos a la Iglesia.

Cuidemos a cada hombre.

Cuidemos a cada hermano.

Y que por ningún motivo entre en nosotros el desánimo, la tristeza y la desesperanza.

 

Que el Santo Cura de Ars nos dé fuerzas para vivir intensamente este desafío. Él confió en el Señor y porque él confió en el Señor hoy nosotros lo veneramos como santo. Su canonización fue después de casi sesenta años. Muchos se habían olvidado pero la Iglesia no se olvidó de él y lo canonizó el Papa Pío XI, Aquiles Ratti quien reconoció que era santo.

 

¿Ven? Una suave brisa con la que Dios nos ayuda y nos da consuelo como bálsamo para nuestras heridas. Las cosas entregadas a Dios y las cosas entregadas a los hermanos, aunque algunos hermanos se olviden o no se den cuenta, Dios se da cuenta y no se olvida jamás de lo que uno hace en su nombre.

 

A no bajarse.

A no encajarse.

A seguir trabajando.

A seguir dando la vida por el Señor y por la Iglesia.

Y ustedes, que hoy reciben el sacramento de la confirmación, no tengan miedo. Pero en Su Nombre también echen las redes y verán que el Señor tiene pensado darles frutos y frutos en abundancia.

 

Que así sea.