XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 18, 15-20: La corrección fraterna

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Mateo 18, 15-20 

Evangelio: la corrección fraterna 

Este texto nos habla de la corrección fraterna y su modo de implantar de acuerdo a todos los pasos que se mencionan. Pero ¿por qué esto de la corrección fraterna? Porque en el fondo se trata de la misericordia y el perdón de Dios. La equivocación, el error, la fragilidad humana, están; pero si existe la corrección fraterna, y que debe existir, es porque está presente la misericordia de Dios y su perdón. Ya que Dios quiere que uno se reconozca, se arrepienta, viva y se salve. Este es el fondo y es importante porque si uno pierde el fondo se debilita y hasta puede llegar a perder el sentido. 

En la “estructura” de la corrección fraterna encontramos, en primer lugar, una corrección personal: a aquél que te ha ofendido se lo debe corregir personalmente. En segundo lugar, si no escucha esa corrección, se debe buscar un testigo; en tercer lugar, si continúa en la misma postura, se debe recurrir a la comunidad y en cuarto y último lugar, si el ofensor se mantiene así, considerarlo como alejado, como que no tiene interés de nada. Pero Dios no abandona, nosotros podemos abandonar a los demás, pero Dios no nos abandona. 

¿Qué significa la corrección fraterna? Significa que a uno le interesa el otro, y el otro tiene que corregirse, crecer, madurar. Uno no hace la corrección “porque le molesta”, o “porque el otro no hace lo que uno quiere”, estas son cosas subjetivas y como tales no son criterio de relación, ni criterio de conducta. 

Lo que es importante es lo objetivo; cuando se equivocó, cuando erró, cuando pecó, o cuando hay algo que está mal, es justo ahí donde uno tiene que tener la fuerza, el coraje y el entusiasmo de corregir. Porque ¿qué es lo que puede matar en las relaciones personales? Lo que mata es la indiferencia. Ver que alguien se cae a un río y dejarlo abandonado, hundido. Sin embargo es importante rescatarlo y hacerlo volver. 

Pidamos al Señor tomar conciencia de esto: entusiasmo y coraje para volver al crecimiento, al encuentro de la verdad, de la justicia y de la caridad. Pero para que uno sea corregido, el otro tiene que hablar con mucha libertad, con mucha ternura y a la vez con mucha firmeza. 

Hoy en día, en nuestra sociedad y en la Iglesia misma, no hay equilibrio.

Y como no lo hay, uno se corrige.

Porque no hay equilibrio, no hay libertad interior, no se dicen las cosas como debe ser.

Hoy todo el mundo ve cosas que están mal y probablemente se calle la boca.

Los hijos están mal y probablemente se calle la boca.

Los adultos están mal y probablemente uno se calle la boca. 

Esto no significa respeto a la libertad, porque uno tiene que decir la verdad y no decir “me parece que estás equivocado”, o “me parece que esto no está bien”, o “aquello que estás realizando no es digno de ti”. ¡Uno tiene que decir las cosas sin imponerlas, pero decirlas! Cuando uno se calla la boca, entra con cierta facilidad el famoso “no te metas”, es decir la indiferencia. 

Pidamos al Señor: equilibrar en la verdad, caminar en serio en lo que tenemos que hacer y saber que, mientras vivimos, la perfección nunca llega definitivamente, pero ¡que cosa buena es cuando un maestro, un padre, nos corrigió alguna vez de un error, que nos hizo poner colorados o que nos dio vergüenza, y lejos de ser tropiezo fue ocasión para reencontrarse, para crecer, para madurar y para humanizarse. 

Hoy faltan maestros, maestros de vida, maestros del espíritu; hoy faltan maestros que sean sabios, que incidan en la vida de los demás proponiendo y no imponiendo, pero también diciendo lo que las cosas y la realidad son.  

Les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.