Peregrinación Diocesana a la Basílica de Nuestra Señora de Luján
(6 de setiembre de 2008)

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Queridos sacerdotes

Queridas religiosas

Queridos consagrados

Querido pueblo fiel:

 

Hoy estamos como diócesis en la casa de la Virgen María ; vinimos a la Casa de Dios a dar gracias por todo lo que el Señor nos regala por medio e Ella. María es la mujer perfecta que Dios eligió desde la eternidad y que Ella, elegida desde su Inmaculada Concepción, está atenta a ser la Madre de Dios. La Virgen acompaña al Señor siempre por la fe y por la obediencia. Ella es la discípula perfecta que escucha a Dios, que es toda de Dios, toda de la Iglesia y toda de los hombres.

 

Hace pocos días celebramos la Solemnidad de la Asunción de María. María es asumida en cuerpo y alma al cielo. Por ser la Madre de Dios, por no tener pecado original y por ser la Inmaculada Concepción. Donde está el Hijo, está la Madre y así como el Hijo fue crucificado, murió y resucitó, también la Virgen , en su corazón, fue crucificada al ver a su Hijo traspasado por la lanza. Y también vive la gloriosa resurrección.

 

Donde está el Hijo, está la Madre. Y si Cristo ha resucitado, como nosotros creemos, y vive eternamente, también la Virgen en El está siempre acompañándonos más que nunca. Por eso el trabajo de la Virgen en esa Asunción de María es estar al lado de Jesús por siempre e interceder ante el Señor por todos nosotros, sus hijos.

 

¡Es poderosísima la intercesión de María, porque Dios la ha colmado, porque Dios la ha premiado, porque Dios la ha coronado como Reina y Madre nuestra! ¡ La Virgen intercede siempre por cada uno de nosotros, sus hijos! Venimos aquí, a la Casa de Dios, a la Casa de la Virgen , a su Madre y nuestra Madre, a darle gracias por tantos regalos que nos ha hecho.

 

¡Agradecerle el don de la vida!

¡Agradecerle el don de ser cristianos!

¡Agradecerle el don de nuestra vocación!

¡Agradecerle nuestra pertenencia a  la Iglesia!

¡Agradecerle que nosotros podemos servir a los demás!

¡Que nuestra vida tiene sentido en esa ofrenda cotidiana por el Señor, con El,

a cada uno de nuestros hermanos en la Iglesia!

Venimos a agradecer, porque todo es gracia.

Tanta misericordia de Dios.

Tanto consuelo de Dios.

Tanto bálsamo.

Tanta gracia y tanta ternura de El.

 

Queremos ser sus hijos. Hijos en el Hijo. Queremos aprender de María, la discípula perfecta, a vivir como personas llenas de fe y obediencia a la Voluntad de Dios. La fe es fundamental para vivir, para entender y para trabajar en la Iglesia. Si no tenemos fe somos las personas más tristes porque no entendimos nada. El que tiene fe entiende las cosas de Dios y las cosas de Dios en los hombres.

 

La Virgen tiene que ayudarnos a crecer en la fe. La fe no es algo que se recibe y queda allí nomás. La fe tiene que seguir creciendo. Creciendo en nuestra vida, creciendo con nuestros años, creciendo con los éxitos y con los fracasos, con la salud y la enfermedad. Creciendo con los acontecimientos, con todas las cosas lindas que hay en la vida y con todas las cosas tristes, de esas que algunos se encargan de que sigan siendo más tristes todavía.

 

Es importante tener el don de la fe para que nos lleve a buscar lo que Dios quiere. Y si Dios quiere lo que quiere, es lo mejor para nosotros. Por eso la fe nos lleva a buscar la Voluntad de Dios. Y todos nosotros tenemos que obedecer a Dios.

 

El que obedece a Dios no se equivoca.

El que obedece a Dios tiene más vida.

El que obedece a Dios es fiel.

 

Esa obediencia, unida y apoyada por la fe, nos lleva al motivo principal de nuestra existencia, y al motivo principal de nuestra pertenencia a la Iglesia: el amor. El amor a Dios y el amor a nuestros hermanos, que no tiene caricatura ninguna, que no finge ante nada ni nadie y que busca el bien sinceramente ¡para Gloria de Dios!, y para el bien de las personas.

 

¡Esa es nuestra vocación!

¡Vocación al amor!

¡Amor a Dios entrañablemente!

¡Vocación de amor y de servicio a nuestros hermanos en lo personal, en lo público, y en todo lo que obramos, realizamos y hacemos! ¡Qué cosa extraordinaria!

¡Esa es nuestra vocación!

¡Que nadie nos la quite!

¡Que nadie se las quite!

¡Que nadie les quite la dignidad humana y la dignidad cristiana, es decir el amor! No hay que perderlo jamás, porque quien lo pierda será la persona más triste, porque no ama.

 

Ofrezcamos a la Virgen todo aquello que le damos gracia, pero también todas las dificultades. ¡Hay tanta gente que sufre! ¡Tantas enfermedades! Enfermedades físicas, espirituales, síquicas, morales. ¡Cuánta gente sufre!

 

Pidamos a María que nos ayude a despejar los trozos de muerte, ¡y que pueda entrar en nuestra vida, el gozo de la vida, de la gracia y la amistad con el Señor! Porque la gracia hace bien y es vida.

 

Le ofrecemos a la Virgen las visitas a tantos enfermos que tenemos en nuestras familias, en los hospitales, en las clínicas, en los sanatorios. ¡Hay tanto dolor en niños, tanto dolor en ancianos y tanto dolor en nuestras familias! que la Virgen , que es Madre, escucha siempre.

 

Escucha siempre pero también quiere que le pidamos con entusiasmo. Como cuando uno era chiquito y quería convencer al papá o la mamá para obtener algo que pedía. Pedía con ganas, con entusiasmo, con fuerza. Así también queremos pedir a la Virgen , con entusiasmo, con fuerzas y con ganas, por tanto dolor que hay en el mundo y en nuestra patria. Muchas cosas pueden ser evitadas. Hay otras que no. Pero hay otras que sí y deben ser evitadas.

 

Le pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir una vida plena, perfecta. Todo lo humano en nosotros es limitado, es frágil, tiene yerros y equivocaciones, fragilidades y pecados; pero está la fuerza de Dios. ¡La fuerza de Dios que saca toda miseria del corazón humano y nos torna, nos regala, nos llena, nos colma de su misericordia!

 

Le pedimos a la Virgen que nos ayude a vivir con entusiasmo, a trabajar con entusiasmo, con responsabilidad, a ser creativos, a ser activos, a ser responsables, a ser maduros, a comprometernos en todo lo que el Señor nos pide y que debemos hacer.

 

A veces, cuando miramos a los demás, vemos que los demás no hacen las cosas. O vemos que los demás hacen las cosas mal.

¡Es el malo que uno mira y al malo no se lo imita!

¡Se imita el bien y lo bueno!

¡Que ningún mal ejemplo, que encuentren en cualquier lugar, sea excusa para dejar de ser humano, o sea excusa para dejar de ser cristiano y para no trabajar en la Iglesia y en el mundo!

¡Que el mal no los contamine, no los contagie!

¡Que el bien sea el triunfo que Cristo obtuvo en la cruz, que murió por nosotros, que dio su vida para nosotros! Que entregó su vida para que nosotros vivamos como redimidos, como salvados, como santos, como hermanos, como hijos de Dios.

 

Que la Virgen hoy le pida al Señor por todos nosotros. Y que nosotros tengamos un corazón muy cálido, una vida muy cálida. Porque si somos felices vamos a hacer felices a los demás, pero si somos infelices haremos infelices a los demás. El bien se comunica.

 

Le pedimos a la Virgen que bendiga nuestra casa, nuestra familia, nuestra diócesis.

Hemos tenido una misión estupenda, con la compañía de varios obispos, donde la Iglesia en Avellaneda Lanús ha dado un vuelco muy grande de crecimiento y también de responsabilidad. Por eso le pedimos que siga bendiciéndonos para que también nosotros, discípulos, podamos ser misioneros.

 

Le pedimos a la Virgen que bendiga nuestra próxima Asamblea del Pueblo de Dios, y todas las actividades que estamos realizando, como siempre, ¡para gloria de Dios y para bien de los hermanos!

 

Que la Virgen hoy esté muy presente ya que aquí tomamos fuerza para luego dar testimonio allá afuera, en nuestras comunidades, en nuestra diócesis y ante nuestra propia vida.

 

Que la Virgen hoy nos ayude y nos acompañe siempre. ¡Qué certeza grande tenemos de que la Madre de Dios, siendo nuestra Madre, escucha nuestras súplicas y no sólo nos cuida sino que nos protege y nos bendice!

 

Que así sea.