Conmemoración de los Fieles Difuntos

San Juan 11, 17-27: La Resurrección de Lázaro

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 11, 17-27 (ciclo A)

Evangelio: la Resurrección de Lázaro


Encontramos aquí el diálogo entre Jesús y Marta, hermana de Lázaro que había muerto. En primer lugar hay que decir que frente a la muerte, hay una actitud de respeto, de dolor, de sufrimiento. Con toda la fuerza del misterio pascual, de la Pascua , de la resurrección, la Iglesia en la liturgia tiene este día no como una fiesta, no como una solemnidad, sino como conmemoración de los fieles difuntos. Se conmemora a todos los fieles difuntos, y por eso nuestra oración es para todos porque la Iglesia reza y nosotros, como Iglesia, debemos rezar por todos.

Pero ¿cuál es el misterio de la muerte? Para poder entender este misterio hay que entenderlo dentro del misterio de la vida. Y el misterio de la vida es el misterio de Cristo porque Dios nos dio la vida, nos creó. Y entró el pecado en el mundo, y con él entró la muerte. Es así que Cristo viene a liberarnos, a sacarnos, a movilizarnos del pecado y también de la consabida muerte.

En este día de conmemoración, cuando hacemos referencia y nuestras miradas van dirigidas a todos los fieles difuntos, hay mucho dolor y sufrimiento. Pero nosotros no podemos quedarnos en el dolor, ni en el sufrimiento, ni en la muerte.


¿Y por qué no nos podemos quedar así? Porque estas realidades que afligen al hombre no tienen la última palabra. Porque la última palabra es Dios, es Cristo, es la vida. La última palabra es la Resurrección y no la muerte. Esta, por así decir, es un capítulo que se cierra pero que inmediatamente da comienzo a otro.

¿Y por qué comienza inmediatamente otro capítulo? Porque hay trascendencia, hay resurrección y también nuestra alma es inmortal. Entramos a vivir en Dios de otra manera. El cuerpo se deteriora, fallece, muere, se derrumba, sí, pero el espíritu es el que permanece, es el que prevalece.

Por eso decimos, en la fe y como cristianos, que la muerte no tiene la última palabra y que nuestra vida es victoria, es resurrección, es gloria, es vida. ¡Esto nos tiene que animar!, es lo que da sentido a todo.

Nos da sentido también si creemos en Jesucristo. Creemos en Él que es la Palabra de Dios, el Verbo eterno que se encarnó en el seno de María Virgen. El que viene a quitarnos el peso tremendo, sideral, del pecado. Y viene a quitarnos el miedo de la muerte.

Creyendo en Él, nosotros vivimos.

Unidos a Él, estamos vivos.

Aunque hubiéramos muerto, seguiremos viviendo en Él.

Es un consuelo, un bálsamo, una gracia, saber que nos vamos a encontrar todos juntos con nuestros seres queridos, porque detrás del umbral de la muerte está la vida eterna, la vida que no tiene fin, que no tiene ocaso, que es para siempre.

Pedimos hoy al Señor vivir en la esperanza de saber que nos vamos a encontrar. ¿De qué manera nos encontraremos? No lo sabemos. La Iglesia no dice de qué manera lo haremos, pero sí dice que nos vamos a encontrar. Y esto es importante porque no lo dicen los hombres, lo dice Cristo: “Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá”. No son los hombres, es Cristo y Cristo no miente.

¡Vivamos como resucitados!

¡Tengamos una oración por las almas del purgatorio!

Los seres queridos que se fueron, están más cerca de nosotros que antes. A veces creemos que la cercanía es visible, pero hay una cercanía espiritual y la oración es muy poderosa. La oración es poderosa en bien de ellos. Por eso está la indulgencia plenaria. También es poderosa la intercesión de ellos para con nosotros. Porque los vivos y los difuntos están presentes, siempre, en Dios.

Que este día recemos por nuestros queridos fieles difuntos; ganemos las indulgencias porque la oración llega “al otro lado”, ya que no tiene fronteras ni límites, ¡llega inmediatamente! Y que la victoria de Cristo nos de fuerzas para vivir como resucitados.

Queridos hermanos, les dejo mi bendición, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.