II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Juan 1, 35-42: Los primeros discípulos de Jesús

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 1, 35-42 (Ciclo B)

 

Los primeros discípulos de Jesús

 

Este hermoso Evangelio de San Juan nos presenta el llamado de Jesús a los primeros discípulos. Les llama para que le sigan, además les invita y les muestra su intimidad: “Maestro ¿dónde vives?,  – Vengan y lo verán”. Fueron, vieron donde vivía y se quedaron con Él ese día.

 

El llamado es misterioso.

El llamado también es una vocación.

Todos somos llamados y todos tenemos una vocación.

 

Estamos llamados a la existencia. Estamos en este mundo, tenemos vida, nos la dio Dios por el amor de nuestros padres. Y estamos en este mundo, ante esta humanidad entera donde cada uno de nosotros es algo importante, ¡muy importante!

 

Hemos recibido y, si hemos recibido, tenemos que responder. Hay un doble movimiento, como un binomio: llamada y seguimiento, pregunta y respuesta, don-gracia y trabajo. Hemos recibido y tenemos que devolver. Ese llamado que Dios hace a todos, al principio nadie te preguntó si querías vivir, lo hemos recibido.

 

El tema es qué hacemos con nuestra vida: si la desarrollamos, la cultivamos, la trabajamos o la hacemos madurar, es nuestra responsabilidad. Pero una responsabilidad ante un hecho recibido; y ante ese hecho recibido se reclama una respuesta.

 

Nuestra vida no es de una total autonomía, es decir que no tenemos una referencia ni a nuestros padres, ni a nuestra familia, ni a Dios, ¡no! Estas referencias, lejos de quitarnos la libertad,  la aumenta y desarrolla el sentido de nuestra responsabilidad. Por lo tanto es importante reconocer que hemos recibido pero que también debemos responder. Y ahí viene nuestra tarea: cada uno de manera única, inédita y original porque no somos una serie, no somos un modelo. Somos personas únicas e irrepetibles.

 

Dios nos llama y reclama una respuesta. Seguir a Jesús y luego ser enviado son parte del mismo movimiento: el seguimiento y la misión. Nuestra vida es una misión, pero hay gente que no sabe para qué vive. Hay gente que no sabe agradecer, no tiene gratitud; hay gente que ha perdido el sentido de su vida; hay muchos de esos ejemplos.

 

Pero también hay otros ejemplos, que son auténticos, profundos, que saben para qué viven, que tienen un sentido, que tienen una dirección, una proyección y un objetivo. Y el Señor siempre tiene la iniciativa, por eso siempre nosotros somos tremendos deudores del Señor, porque siempre hemos recibido de Él su amor y su gracia. Siempre tenemos que vivir en gratitud, no olvidarnos.

 

¡Recién nos acordamos de la vida cuando nos falta!;

¡Recién nos acordamos de Dios cuando estamos enfermos!;

¡Recién nos acordamos de Dios cuando “las papas queman”!;

¡Recién nos acordamos de Dios cuando hay problemas!

¡Hay que acordarse siempre!

 

Dios llama a los discípulos y les da una misión. Hay que escuchar al Señor para responder. Quien escucha bien responde bien. Hay que saber escuchar para saber responder bien y no equivocarse en la respuesta. ¡Dios sigue llamando!

 

Necesitamos gente que viva en plenitud, gente humana, familias sólidas bien constituidas. Necesitamos sacerdotes bien constituidos. Necesitamos religiosas, religiosos. Cada uno tiene una vocación especial que debe desarrollar y responder.

 

Si alguien me dice “bueno, pero los tiempos han cambiado y las cosas son difíciles…”, ¡siempre fue difícil y hay épocas que son más difíciles que otras!, ¡quizás esta sea más difícil que otra época! Pero ciertamente contamos con algo que no debemos olvidar jamás: la gracia de Dios que hace posible aquello que parece imposible.

 

Escuchar la Palabra. Escuchar a Jesús, recibirlo en la Eucaristía y también responderle. Si Dios te llama ¿por qué no? No te llama porque eres bueno, sino que te llama para que seas bueno.

 

Que descubramos el llamado e inmediatamente podamos responder cumpliendo con nuestra misión.

 

“Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida”, nos decían en Aparecida.

 

Queridos hermanos, les dejo m i bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.