Miercoles de Ceniza, Ciclo B

San Mateo 6, 1-6.16-18

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Iniciamos hoy solemnemente el tiempo de la Cuaresma. Un tiempo que apunta hacia la Pascua , hacia la victoria de Cristo, que con su muerte vence el pecado y la misma muerte. Cuaresma está en relación directa con la Pascua.  

Pero para celebrar la Pascua tenemos que tener una actitud, un entrenamiento previo que es precisamente este tiempo que llamamos de gracia. Tiempo de bondad. Tiempo especialísimo de la misericordia de Dios. Un tiempo de conversión. 

Uno puede pensar, “¿es que nosotros tenemos que convertirnos?”, “¿por qué tenemos que convertirnos?” Tenemos que convertirnos porque necesitamos la ayuda de Dios. Tenemos que convertirnos no sólo para alejarnos del pecado, sino que uno tiene que volver a retomar, a reorientar, a las motivaciones más profundas de un corazón humano que ama a Dios, que lo sigue y que lo escucha. En esto, todos nosotros que somos sus discípulos, tenemos que volver a recomenzar, a retomar. 

Había dos actitudes negativas. La primera es “yo no tengo pecados; y como no tengo pecados ¿de qué me voy a  arrepentir?”. La otra actitud negativa dice “yo tengo tantos pecados que no voy a poder cambiar en mi vida; si yo odio, voy a seguir odiando; si soy un tipo criticón, voy a seguir criticando; si soy una persona infiel, voy a seguir siendo infiel; si soy injusto, voy a seguir siendo injusto; si soy corrupto, seguiré siendo un corrupto; ¡no hay salida, todo está igual y yo no voy a salir”.  

Las dos posturas son equivocadas. Pero lo bueno es salir, lo bueno es cambiar, ¡necesitamos cambiar! Y esto vamos a lograrlo si dejamos entrar a Dios, de nuevo, en nuestra vida. Y si Dios entra en nuestra vida, nosotros vamos a poder cambiar. 

¡Y acordarnos que el pecado, por lo general, está dentro de nosotros mismos! ¡El pecado depende de nuestra voluntad! ¡No es ganas, no es yo siento, no es tal cosa! ¡Es voluntad! 

¡Se llama voluntad de amor!

¡Se llama voluntad de convencimiento!

¡Y se llama voluntad de hacer, de permanecer y de quedarse en el bien!

¡La voluntad es lo más propio de una persona! ¡Lo más específico!

¡Así como es la inteligencia, así es de específica la voluntad! Y lo que nos define a nosotros, como personas, es la voluntad. 

Pero hoy en día, en una sociedad tan sensibilizada y tan individualista, donde cada uno quiere vivir lo que siente, lo que se le antoja, lo que le place, se quebranta todo tipo de relación. Con Dios, con los demás, con las instituciones, con la iglesia. Y cada uno hace lo que se le antoja. ¡No hay voluntad de amor! 

Por eso es muy importante que esta Cuaresma que iniciamos, tomar la comprensión y darse cuenta que uno tiene que poner los medios para alcanzar esta finalidad. Poner los medios para vivir en serio y en plenitud la victoria de la Pascua.

¡Cristo vino a humanizarnos!

¡Y Cristo viene a nosotros a divinizarnos!

¡Y Cristo viene a transformarnos, a darnos un corazón nuevo! Y nosotros estamos llamados a esto. En esta Cuaresma estamos jugando a algo muy pero muy en serio. Tomemos seriamente la Cuaresma. 

La Iglesia nos invita, a través del Evangelio, con una trilogía muy importante: la limosna, el ayuno y la oración. El ayuno donde hay que mortificarse es en aquello que nos pueda costar. En los egoísmos y en todo lo que sea superficialidad para que, a través del ayuno material y espiritual, tornemos a la sobriedad.  

El hombre cree que es más feliz cuando sale de sí. Pero el hombre es más feliz cuando está bien consigo mismo, dentro de sí, tiene equilibrio, tiene paz. Y porque tiene equilibrio y tiene paz, vive en armonía con todos los demás. En el mundo del consumo, todo lo que viene de afuera te dice que te hace feliz. Falso. El consumo seguirá permaneciendo en el consumo y seguirá vaciándonos, angustiándonos y agostando nuestra vida y nuestro corazón. 

El ayuno es para vivir la caridad.

La caridad que es procurar el bien a los demás;

Hacer  el bien a los demás;

Tratar  a los demás con respeto;

No  quitar fama a nadie;

Siendo buenos con todos;

Sabiendo que hay gente mala, seguir siendo buenos cueste lo que cueste.

El ayuno nos lleva también a que ese beneficio que nosotros podamos ahorrar, lo destinemos a otros hermanos más pobres. 

Muchas Iglesias de Europa, que a veces criticamos tanto, como en Alemania donde toman en serio la Cuaresma , en las colectas juntan pesito por pesito para después, a través de fundaciones como Adveniat por ejemplo, ayuden a las iglesias del tercer mundo, como también a otras iglesias y a las nuestras también. Con esa ayuda de la gente que dio peso por peso, pudimos comprar el Seminario de nuestra diócesis. Así las cosas se hacen desde lo invisible. También nosotros, desde nuestra realidad, deberíamos ahorrar para que, de alguna manera, al final de la Cuaresma podamos ofrecerlo al hermano pobre. 

La oración. Es lo que nos da la fuerza de la misericordia y lo que nos ayuda a entender que es lo que Dios quiere de nosotros. Porque en esta Cuaresma Dios nos pide que retomemos y volvamos a El, que concentremos nuestra vida en El. ¿Saben que quiere Dios de nosotros? Que nosotros, convencidos, busquemos y hagamos su voluntad. ¡Su voluntad! 

Cristo vino a hacer la voluntad del Padre.

¡Nosotros también tenemos que hacer la voluntad del Padre!

¡Es la mejor inversión que vamos hacer en nuestra vida!

¡Es el mejor costo porque es el sacrificio que podemos ofrecer para vivir en verdad, en fidelidad, en amor, en justicia y en caridad! 

Que en esta Cuaresma el Señor nos toque y que también recordemos que la Cuaresma se vive si uno pone la voluntad. Preguntémonos, cuando volvamos a casa, ¿voy a poner en serio mi vida para hacer la voluntad de Dios?

Dios nos lo da y que también nosotros lo podamos ofrecer.

Que así sea.