Domingo de Pascua: La Resurreccion del Señor, Ciclo B.

San Juan 20, 1-9: “¡El Señor vive!”

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

 

Evangelio según San Juan 20, 1-9 (Ciclo B)

Evangelio: “¡El Señor vive!”

¡Qué cosa tan extraordinaria es la Resurrección de Cristo! Uno puede decir “yo no lo veo”, pero sólo por la fe, ¡sí por la fe!, lo verá. Porque nosotros vemos “visiblemente”, pero hay realidades que sólo se ven “visiblemente” si siguen existiendo, ¡y es así!

El misterio del hombre no se reduce solamente a lo que uno ve, o toca, o palpa. ¡El misterio del hombre es mucho más! Hay algo que lo trasciende y eso que lo trasciende también lo contiene, pero no se reduce al conocimiento experimental humano. Por eso siempre la relación del hombre creyente, que se acerca a Dios, ¡es por la fe!

La fe cree, pero no ve “visiblemente”; está creyendo, sabe que eso es verdad y que eso está presente; que el Señor está presente pero es por la fe.

Por la fe sabemos que Cristo venció al pecado.

Por la fe sabemos que tenemos vida eterna.

Por la fe sabemos que Dios nos ha creado, nos ha redimido y el Espíritu Santo nos ha santificado.

Por la fe nos damos cuenta que el Señor está presente en la Eucaristía.

Por la fe nos damos cuenta que el Señor está presente en su Palabra

Por la fe nos damos cuenta que Dios está presente, como imagen, en cada uno de nuestros hermanos. ¡Por la fe!

El camino, el conocimiento, de nuestra vida siempre tiene que ser por la fe. Cuando uno tiene fe se admira por la verdad, no la hace difícil la caridad. Cuando uno tiene fe vive en la verdad y vive en la caridad. Si la fe empieza a entenebrecerse, diluirse, disminuirse o apagarse, entonces da lugar y da espacio a la desorientación, al desequilibrio. Y es así que, cuando uno se aleja de Dios, pierde el equilibrio, pierde la relación interpersonal entre los hombres.

El Papa Benedicto XVI nos decía, en una carta que mandó a los Obispos de todo el mundo recientemente, que cuando uno no reconoce a Dios pierde la luz, y al perder la luz, entra la oscuridad, y cuando entra la oscuridad, el hombre, la humanidad, empieza a caer en la desorientación, y al desorientarse el hombre empieza a destruirse. ¡Es así!

Tenemos que reconocer que, por la Pascua , ya no somos más “hijos de la ira” sino que somos “hijos de la luz”; ya somos hermanos porque Dios ha creado, crea y recrea todas las cosas nuevas.

También nosotros tenemos que vivir como resucitados.

También nosotros tenemos que salir de nuestro sepulcro.

También nosotros tenemos que cambiar nuestro modo de vivir o de pensar.

Tengamos en cuenta todo lo que dijimos, las actitudes, la traición de Judas, la condena por la envidia, los celos de los fariseos, la vileza de Pilato, el abandono y la fuga de los discípulos. Todos ellos han fallado y también nosotros podemos fallar, pero sin embargo nosotros sabemos que por la fuerza del resucitado, nuestra vida es nueva y es rica en abundancia.

¡Tenemos que vivir de un modo nuevo!

Tenemos que vivir la actitud de discípulo y de testigo, misionero.

Tenemos que decir “¡el Señor vive!”

El Señor está presente y tiene que incidir en nuestra vida, en nuestra sociedad, en todo este tiempo tan difícil que nos toca vivir.

Donde la verdad y la mentira se confunden.

Donde la injusticia es casi moneda corriente.

Donde tantas actitudes egoístas, individualistas, están muy instaladas en la sociedad, nosotros tenemos que vencer el odio, la violencia, la inseguridad, haciendo el bien, provocando el bien, produciendo el bien y sobre todo perseverando en el bien.

¡Nunca hay que cansarse de vivir en el bien!

Que la Pascua , la fuerza del Resucitado, entre en nuestro corazón.

Que entre una especie de bocanada de aire en nuestro espíritu.

Cuando uno tiene un aire puro, respira mejor y cuando respira mejor, camina mejor.

Que esta bocanada de gracia de Dios, nos de aire puro para vivir y caminar con mayor dignidad.

¡Felices Pascuas para todos!

Que el Señor Resucitado nos permita vivir una vida de resucitados, en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.