Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
San Marcos 14,12-16.22-26:Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia
Homilía de Mons. Rubén Frassia
Solemnidad de Corpus Christi
Parroquia San Pedro Armengol - Gerli
13 de junio de 2009
Queridos
hermanos y hermanas:
Hace ocho años y tres días, en este mismo lugar, celebrábamos la Eucaristía de
esta unión, en esta nueva realidad, Avellaneda Lanús; diez de junio de 2001. Hoy
volvemos a celebrar, en este lugar donde concentramos toda nuestra mirada y
nuestra atención a la Eucaristía.
Es lo más hermoso que la Iglesia tiene, el Tesoro más grande que la Iglesia
puede celebrar. El misterio más extraordinario porque Cristo se ha querido
entregar por amor a nosotros nos ha regalado y legado su testamento. Es la
Alianza de Dios para con su Pueblo.
Creo que es muy importante pensar de dónde nosotros sacamos la fuerza; dónde
podemos encontrar el sentido; dónde nos podemos alimentar. Y cuando hablo de
nosotros, todos: sacerdotes, Obispo, pueblo fiel, religiosos, religiosas,
diáconos, todos. Todos nosotros nos alimentamos de la misma fuente y todos
nosotros bebemos la sangre del cordero inmaculado, Jesucristo.
¡Cosa seria es ser cristiano!
¡Cosa seria es hablar de la Eucaristía!
A veces nos acostumbramos tanto a recibir la Eucaristía, que podemos llegar a
perder el misterio y la capacidad de admiración y gratuidad que ello significa.
También es cierto que muchos fieles, quizás por razones particulares, no lo
pueden recibir; pero sí lo reciben en la comunión espiritual y que a veces están
tan cerca o más cerca que aquellos que tenemos la dicha de recibirlo y tratarlo
todos los días.
Las cosas no son estáticas, no son fijas. ¡Es permanente el misterio que viene a
nosotros! En la Eucaristía nos encontramos con el amor definitivo de Cristo.
¡Cristo se ha sacrificado por nosotros!
¡Cristo ha hechos esa Alianza definitiva!
¡Nos ha rociado con su Sangre divina!
¡Nos ha participado de su divinidad!
¡Nosotros estamos tocando lo sagrado, el cielo, lo divino!
¡Todo por gracia! Pero Dios nos lo da, a cada uno de nosotros, sus pequeños, sus
hijos, nosotros.
La Eucaristía es el sacrificio redentor de Cristo. Esta idea tiene que tomar
lugar en nosotros porque también comulgamos con el sacrificio y tenemos que ser
fieles al Señor, a ese sacrifico de Amor. ¡El vino a hacer la voluntad del
Padre!
¡Y todas las veces que nos acercamos a Cristo, o todas las veces que celebramos
o hacemos la Eucaristía, estamos entrando en el misterio de la comunión de Dios!
¡Y en ese misterio, sin ninguna duda, tenemos que tener la convicción, la
convicción, la convicción, de hacer la voluntad de Dios!
En esta tarde, hermosa y estupenda, tenemos que ser concientes de lo que
recibimos o de lo que celebramos. La Eucaristía, el sacrificio de Amor de
Cristo, viene a darnos la vida. En nosotros entra la vida y se aleja todo
pecado. Se aleja toda desunión. Se aleja toda falsedad. Se aleja toda
injusticia. Se aleja toda fragilidad. ¡Se aleja todo signo y vestigio de muerte!
Para que cada uno de nosotros, convencido, se identifique, busque y haga la
voluntad del Padre.
¡Cristo nos lo enseña!
¡Cristo se nos da!
¡Y nosotros tenemos que vivirlo de esa manera!
¡Es imposible celebrar la Eucaristía, imposible recibir a Cristo y no querer, no
anhelar, no desear y no buscar la voluntad de Dios!
Pero ¿a quiénes les compete este deseo, esta búsqueda, este ánimo? ¡A todos!
¡Todos nosotros tenemos que hacer la voluntad del Padre! ¡Los niños, los
jóvenes, los adultos, los ancianos, los consagrados! ¡Todos tenemos que buscar y
comprometernos a hacer la voluntad del Padre! Quien recibe a Cristo no puede
quedar igual. Y si queda igual, que se revise porque no lo recibió bien.
Cristo, en su sacrificio redentor, su sacrificio de Amor, se nos constituye como
alimento. Es un verdadero alimento. El hombre tiene derecho a vivir sus derechos
humanos y el cristiano también tiene derecho a vivir sus criterios y sus
derechos divinos. El hombre no tiene plenitud si sólo se queda en lo humano. El
hombre alcanza la plenitud y la sabiduría, si vive conforme a los dos derechos:
a lo humano y a lo divino. Las dos realidades que Cristo nos trajo y nos enseñó,
¡verdadero Dios y Verdadero hombre! ¡No podemos claudicar de ninguno de los dos
derechos! ¡Ambos son parte constitutiva de nuestra realidad!
La Eucaristía es personal y comunitaria; es pública y social; debe repercutir en
el comportamiento interno, íntimo a nosotros mismos, e incidir en las
actividades, en los comportamientos y en las consideraciones humanas y sociales.
Es el alimento que trae la vida y va alejando la muerte.
Yo sé, como ustedes también lo saben, que nuestra sociedad, también la Iglesia,
y también el mundo, está atravesando momentos difíciles. Está como cansada, como
entristecida, como desanimada. Cuesta reunirse, cuesta moverse, cuesta hacer
muchas cosas, cuesta emprender cosas hacia el futuro, cuesta hacer proyectos,
cuesta soñar, porque hay una mentalidad del sólo por hoy; por hoy hay que hacer
estas cosas y después no sé que va a pasar. Vemos que no hay para tantos
proyectos, no hay cosas duraderas, no hay cosas para siempre, hoy todo se ha ido
debilitando, resquebrajando, desorientando, desanimando, deprimiendo, y si me
permiten una palabra- mediocrizando. Las cosas se han ido mediocrizando en
nuestra vida.
La Eucaristía, que es el alimento que nos robustece, que nos vuelve a levantar,
que nos vuelve a dar ánimo, que nos vuelve a unificar en nuestra vida humana y
espiritual, en nuestra vocación y en nuestros proyectos, en nuestro trabajo
personal y apostólico, en la Iglesia y en todas partes; la Eucaristía es el
alimento que robustece a un alma herida y la fortalece para que viva en la
unidad y en el bien.
¡Si el bien se duerme, si el bien se duerme, el mal se agiganta! Tenemos que
dejar entrar en nuestra vida el bien para que el mal se aleje de nuestras
realidades, de nuestras familias, de nuestras comunidades y de nuestra sociedad.
Queridos hermanos, Cristo es la Eucaristía, es el alimento que fortalece, que
entusiasma y que nos hace vivir con el corazón y por la fe lo que no vemos pero
tocamos con los sentidos de la fe. Corazón y fe. Vida y fe. Por eso tenemos que
quedarnos en la Eucaristía. Tomar más costumbre de ponernos delante del
Sagrario, allí hablar, allí pedir, allí mostrar, allí entregar, y allí tomar
fuerza, respiro, oxígeno y ánimo para vivir con entusiasmo, vivir una vida
digna, humana y cristiana, colmada y llena de esperanza. Por eso adoramos a
Cristo en la Eucaristía.
Si los católicos, estuviéramos convencidos de ello, no pasaríamos así nomás
delante del Sagrario. Nos quedaríamos un tiempo, y si apreciamos las cosas nos
quedaríamos más tiempo, porque quedándonos más tiempo con El haríamos mejor las
cosas.
La Eucaristía es alimento pero también es remedio. ¿Saben por qué?, porque
estamos débiles, porque estamos enfermos. Hay muchas enfermedades en el corazón
humano. Hay muchas fragilidades, que no voy a enumerar pero que ustedes saben
tanto como yo que hay mucha fragilidad en las personas y en nosotros mismos.
Cristo, que es sacrificio de amor, que es alimento, también es remedio,
¡bálsamo! Bálsamo para curar nuestras heridas que a veces son muy profundas, son
heridas históricas, que están allí ocultas en el corazón humano. Pero viene
Cristo, con su ungüento sagrado, con su sangre divina a fortalecernos, a
curarnos, a purificarnos y sobre todo a iluminarnos.
Queridos hermanos, hoy le pedimos al Señor por nuestra Iglesia diocesana; por
nuestras comunidades; por nuestros sacerdotes; por nuestras familias religiosas;
por los niños, por los jóvenes, por los adultos, por los que sufren, por los
enfermos, por los que no tienen trabajo y por aquellos que han perdido la
orientación en su vida, han perdido el sentido y que por eso están deprimidos.
¡Hay tantas cosas que tenemos que pedirle hoy al Señor!
Tenemos que pedir también para que nuestras comunidades sean comunidades de
vida, ¡llenas de vida!, ¡que haya entusiasmo!, ¡con celo apostólico! Que Dios
bendiga nuestras comunidades con el aumento de las vocaciones sacerdotales y
religiosas. Si tenemos madurez ¡vamos a dar frutos!, y acuérdense lo que estoy
diciendo, ¡frutos no éxito! ¡Éxito es una palabra comercial!, y en la Iglesia, y
en el Evangelio, nosotros buscamos los frutos. Y frutos en abundancia. Tenemos
que pedirle al Señor en la eucaristía, que nuestras comunidades sean creativas,
apostólicas, misioneras, fuertes, responsables, comprometidas y sobre todo
convencidas.
Hoy es un día muy hermoso. El Señor está presente, y va a estar más presente aún
en al Eucaristía, en el sacramento de la Santa Comunión. Vamos a poner todo en
Él. Recuerden que Él no se fusiona a nosotros, sino que nosotros nos insertamos
en Él. Que cada uno de nosotros pueda alcanzar una plenitud, una madurez. ¿Y
cuál es la madurez?, ¿cuál es la plenitud?: ¡que El viva en nosotros!, ¡que
nosotros vivamos unidos internamente! ¡Sentimiento, pensamiento, inteligencia,
voluntad, acción, vida y compromiso! Estas descripciones están todas ligadas y
unidas con la presencia del Señor que nos robustece en la Eucaristía.
Que El nos ayude a recibirlo. Que también nosotros demos frutos, y frutos en
abundancia. Y si alguno dice no tengo fuerza, no soy capaz, me cansé, no doy
más, yo le diría ¡ánimo, confía en el Señor; pedí que se te dará; porque en la
presencia de Dios nunca hay un rotundo no!
Pidamos al Señor que tengamos capacidad de entrega, de sacrificio, de compromiso
y de amor. ¡Como quedar igual ante Jesús en la Eucaristía! A tanto amor, ¿no
corresponderá de nuestra aparte toda nuestra vida? el Señor nos lo dio ahora nos
corresponde dar la respuesta.
Que así sea.