XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 6,1-6

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

Evangelio según San Marcos 6, 1-6 (Ciclo B)

Este Evangelio nos habla de algo muy común y muy frecuente: la fe y la incredulidad. Algo que nos puede pasar a todos nosotros y que ya pasaba en la época de Jesús.

A veces los seres humanos vemos y construimos en nuestra vida, en nuestras acciones, de alguna manera con un cierto sistema, pero luego nos falta hacer la transformación; nos falta vivir en aquello que es lo simbólico, aquello que es la trascendencia, aquello que es lo más real, porque el ser humano cree que existe sólo lo que ve.

Sin embargo, de esta forma, uno va perdiendo simbolismo, va perdiendo sentido y hasta va perdiendo la noción de misterio. El misterio de cada persona, el misterio de uno mismo, el misterio de los otros. Y nos quedamos así abocados sólo a aquello que vemos o tocamos. Pero hay que hacer una trascendencia; a algo que es superior y distinto.

Los judíos de aquel entonces, cuando veían a Jesús, creían conocerlo; conocían a sus parientes -al decir hermanos estamos hablando de parientes- conocían su procedencia. Pero conocían eso solamente y tenían que conocer otra cosa más; tenían que mirarlo a Jesús con fe, tenían que descubrirlo con fe.

Yo quiero decirles que la fe no es un invento de la persona humana. La fe es una constatación de que hay algo superior en esa persona. La fe es un reconocimiento objetivo de algo que existe y que no depende de mí su existencia. Yo tengo que saber por fe y reconocer en Jesús al Hijo de Dios. Al Hijo de Dios y al Hijo de María Virgen. Es el Señor que me da la presencia de Dios, ya que este Jesús es Dios.

La fe es objetiva.

La fe es un reconocimiento.

La fe implica una adhesión, un asentimiento y un seguimiento.

En el tiempo que vivimos muchos de nosotros nos confesamos como católicos, como cristianos, pero hacemos cosas de cristianos, decimos cosas de cristianos, tenemos -a veces- una cierta tradición de cristianos, pero no significa que seamos profundas personas de fe. Porque a la primera crisis, si el Señor no hace lo que le pido cuando tengo alguna dificultad en mi familia, alguna enfermedad, alguna muerte, si tengo algo que sale en contrario alo que yo pienso, mi fe se viene abajo.

Y esto no es así, porque la fe es el reconocimiento y el seguimiento en Cristo Jesús. El que tiene fe no asegura mágicamente la tranquilidad de su vida: porque tengo fe, todo me va a ir bien; porque tengo fe, no voy a tener problemas; porque tengo fe, no voy a sufrir; ¿quién dijo eso? ¡No! ¡Es otra cosa!

¡Porque tengo fe, quiero ser discípulo y obro convencido de que soy cristiano! Y venga lo que venga -haga frío o calor, me vaya bien o mal, tenga éxitos o fracasos- no significa que mi fe sea alterada o pisoteada. Por eso, ¿qué necesitamos en la vida y en la Iglesia? ¡Gente convencida! Independientemente de los resultados externos.

Vamos a pedirle al Señor, en este Evangelio, la pureza de la fe; que nos de el brillo de la fe y el convencimiento de personas cabales que sabemos lo que pensamos y que lo que pensamos y hacemos no está supeditado a las acciones o a los resultados externos que nos puedan sobrevenir.

Esto es muy importante porque queremos ser personas convencidas. No queremos ver a Jesús sólo como el hijo del carpintero. Queremos ver a Jesús, el Hijo de Dios.

Pidamos al Señor que hoy se despierte nuestra adhesión, alimentemos nuestra fe y que podamos obrar en consecuencia. Somos personas convencidas, con vínculos profundos y con decisión profunda, que no está supeditada a las cosas externas o a los avatares de la vida superficial y cotidiana.

Les dejo mi bendición y pidamos al Señor que aumente nuestra fe: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.