II Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3, 1-6

Autor: Monseñor Rubén Oscar Frassia 

 

Estamos ante el anuncio donde Juan el Bautista, el hijo de Zacarías, elegido por Dios para cumplir una misión: preparar el camino para encontrarnos con el Señor. El Bautista habla de la conversión a cosas concretas, que todos tenemos, para prepararnos a ese encuentro. Estamos viviendo el mes de diciembre, finalizando el año social, público, y pedimos al Señor por nuestra preparación.  

El espíritu del Adviento es una preparación, una vigilancia, un momento para reconocer aquellas cosas donde nos hemos equivocado, nos hemos distraído o para examinar los lugares donde nos hemos extraviado. Por lo tanto esa preparación nos lleva a una conversión personal que es fundamental. 

Aquí vemos nuestra actitud: el inicio de la conversión o el endurecimiento del corazón, donde uno se hace impermeable y no deja pasar nada, no cambia nada.  

¿Cuál es el tema central? La presencia del Señor que viene.

¿Cuál es nuestra actitud? Nos abrimos o nos cerramos a ello. 

A veces, hay algo muy trágico en el ser humano: vivir el egoísmo -que puede estar muy presente en cada uno de nosotros- revestido o disimulado de perfecciones. Como estamos  así somos egoístas y no vamos a cambiar jamás porque creemos que son “los otros”, “los demás”,  los que están mal, y nosotros estamos bien. Y es allí donde uno va a quedar igual. Y el que queda igual, perdónenme, involuciona.

Vamos a pedir, en este segundo domingo de Adviento, que la Palabra de Dios –Cristo- nos convoque y nos siga convocando; que la Eucaristía –que es fuerza- nos siga uniendo para vivir en serio nuestra vida humana y nuestra vida cristiana, con aquellas cosas en las que tenemos que involucrarnos.

 ¡Dios nos da la gracia!

¡Dios viene!

¡Dios nos visita!

¿Estamos dispuestos a prepararnos para que el Señor reine y esté presente en nuestro corazón? La respuesta la tenemos que dar cada uno de nosotros. 

¡Feliz fiesta de la Virgen ! 

Les dejo mi bendición en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén