XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 21, 28-32: Rectificar hoy

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar a la viña. Él contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue... En verdad os digo: los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de Dios” (Mt 21,28-31)


Los pecadores no precederán a los demás en el cielo por el hecho de pecar, sino por haber amado mucho, por haber hecho penitencia. Lo peor no es pecar, sino no arrepentirse. Los fariseos y ancianos de Israel estaban tan pagados de sí mismos, que se creían ya justificados ante Dios y no sentían la necesidad de convertirse. Por eso no querían reconocer que Jesús era el Mesías, porque ya estaban satisfechos con su modo de vida y no deseaban un mesías que les hablara de la verdad y del amor. Es muy cómodo formarse una teoría subjetiva con la que justificar los errores y no tener que cambiar de vida. ¡Cuántas veces, en cambio, para quien es patente su pecado, es más fácil la conversión!


Lo que importa no es preceder a los demás en esta tierra, sino en santidad en el cielo. Y en el cielo hay santos que han sido grandes pecadores, que dijeron a Dios que no querían trabajar por Él, pero se arrepintieron y fueron después a trabajar a su viña. Mientras estamos en el mundo nunca estamos abocados al infierno, todo tiene arreglo, porque siempre tenemos la posibilidad de rectificar. Es cuestión de humildad, de agachar la cabeza y cumplir lo que Dios quiere para nosotros.


Hemos de descubrir la maravilla de la confesión frecuente como medio para aclarar la conciencia y de hacer penitencia, pues, como recomienda la Iglesia, con su uso frecuente «crece la humildad cristiana, se hace frente a la tibieza e indolencia espiritual, se purifica la conciencia, se robustece la voluntad, se lleva a cabo la saludable dirección de las conciencias y aumenta la gracia en virtud del Sacramento mismo» (Pío XII, Enc. Mystici Corporis).


¡Cuántas veces digo yo que no a Dios, y prefiero otra cosa! Pero ya desde ahora te digo, Señor, que sí quiero. Estoy dispuesto a rectificar cuantas veces haga falta. Dame la humildad para reconocer el mal que hago y el bien que dejo de hacer.